¿Qué ocurrió con la fabulosa joya modernista desaparecida en 1967?
En plena fiebre del 'desarrollismo', Núñez y Navarro compró la Casa Trinxet y, en connivencia con el ayuntamiento del alcalde Porcioles, la echó al suelo para edificar bloques de pisos
Barcelona¿Qué fue la Casa Trinxet? Una joya del Modernismo barcelonés –en la calle de Còrsega, 268– que sucumbió a un auténtico régimen del terror. Terror, sí, el mismo apodo ya flirtea con el terror: el rey de las esquinas. Lo cuentan varios testigos que intervienen en la exitosa y adictiva serie Núñez, disponible en la plataforma 3Cat. El rey de las esquinas fue Josep Lluís Núñez i Clemente, el constructor que cambió la fisonomía de los chaflanes de Barcelona aprovechándose del delirio que había emprendido el llamado desarrollismo que sacudía la España de los años sesenta. No se hilaba fino, era necesario construir compulsivamente vivienda nueva como medida más eficaz para transmitir la sensación de que el país avanzaba, inexorable, hacia un nuevo tiempo. Como si quisiera decir que el régimen político –el franquismo a punto de entrar en el Tardofranquismo– estuviera atento a vientos de cambio y de renovación, de modernidad. Las oleadas migratorias llegaban a Catalunya desde el sur de la península y se instalaban en el cinturón de Barcelona. Pero el centro de la ciudad era necesario también habilitarlo, colonizarlo, modernizarlo, en el sentido más perverso y sesgado de la palabra. Quien lo tenía clarísimo era Josep Maria de Porcioles, el alcalde. Permitió, por ejemplo, que los edificios del Eixample crecieran hacia arriba con las famosas y fétidas “remuntas” –la edificación de uno o dos pisos extra– que añadían áticos y sobreáticos a edificios de cuatro plantas. Edificios que, con el paso de los años, han acusado el peso añadido y se han visto abocados a obligadas costosas rehabilitaciones que sin remonta no hubieran sido necesarias. Y llegamos a la médula: permitió –bueno, de hecho, facilitó y promovió– el derribo de joyas arquitectónicas barcelonesas abocado a la fiebre constructora antes descrita. ¿Su socio preferente de fechorías? Núñez, claro, al frente de Núñez y Navarro, la empresa que trabajaba codo con codo con su esposa que se inventó la forma de reformar los chaflanes del Plan Cerdà de forma y forma que las habitaciones dejaran de ser triangulares y pasaran a ser cuadradas. Goloso hallazgo que aceleró muchos procesos de compraventa. Y así ocurrieron muchas demoliciones de patrimonio arquitectónico no solamente no protegido, sino despreciado sistemáticamente por el Ayuntamiento. De ilegalidad nuñista, ninguna, es cierto. Porcioles le puso una autopista con alfombra roja incorporada.
Peticiones ignoradas
La esquina de la calle de Còrsega con Balmes era patrimonio de la casa Trinxet desde que se construyó en 1904 como encargo del empresario textil Avel·lí Trinxet a Josep Puig i Cadafalch. El pintor Joaquim Mir –sobrino de Trinxet–, el escultor Josep Llimona, el decorador Gaspar Homar y el ceramista Sebastià Ribó dejaron también su fabulosa huella con sus frescos, molduras y acabados diversos. Nada importó cuando a mediados de 1966, el edificio entró en peligro de muerte. El Ayuntamiento no atendió las peticiones de clemencia de la sociedad civil y una buena nómina de artistas intelectuales que, con una carta a La Vanguardia el 23 de marzo de 1966, pedían al consistorio que comprara la casa y la salvara así de la demolición. Entre los firmantes, Antoni Tàpies, Joan Josep Tharrats, Alexandre Cirici Pellicer, Oriol Bohigas, Sebastià Gasch, Martí de Riquer, Gustau Gili y Frederic Marés. No dio resultado. Después de unos meses en el corredor de la muerte, un año después se iniciaba su demolición. Se pudo salvar el mobiliario. Pero no los frescos de Mir. Unos meses después, Núñez y Navarro podía inaugurar el flamante edificio de viviendas y oficinas Núñez-Corcega.
Fina reside hoy en una residencia, pero vivió cincuenta años en su piso de la calle París con Enric Granados. En dos islas estaba la Casa Trinxet. La recuerda muy bien. Su madre le mandaba a comprar a menudo al colmado Xammar de Córcega con rambla de Catalunya y pasaba casi todos los días frente al edificio de Puig i Cadafalch. “Era una casa preciosa, parte de nuestro paisaje cotidiano. Con el tiempo piensas que quizás los vecinos no le dábamos el valor que de verdad tenía y no recuerdo si hubo mucha movilización vecinal para salvarla”. En cambio, merece la pena recordar que la movilización cívica fue fundamental para salvar la también extraordinaria Casa Golferichs (en la Gran Via, 491) de las garras voraces de Núñez y Navarro. Las máquinas ya habían empezado a destrozar su interior. Por suerte, la fachada, la alegría de la corona, pudo salvarse y allí continúa, hoy. Un milagro en la Barcelona del rey de las esquinas.