La OTAN reaviva con la guerra de Ucrania

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El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, asiste a la ceremonia que conmemora el 75 aniversario de la firma del Tratado del Atlántico Norte, en Bruselas, Bélgica, el 3 de abril de 2024.

La OTAN, que hoy cumple 75 años, se está planteando desempeñar un papel más activo en la guerra de Ucrania. Todavía no directamente con tropas sobre el terreno, pero sí gestionando un gran fondo de ayuda, inicialmente cifrado en unos 100.000 millones de euros, que serviría para apoyar a Kiiv en los próximos cinco años. Esto parece indicar que ve que la guerra puede ir por largo y que, además, no se fía de las aportaciones que puedan hacer unilateralmente los diferentes países aliados, especialmente Estados Unidos, en peligro de volver a caer en manos de Donald Trump. De momento es una idea lanzada al aire ayer por el actual secretario general, el noruego Jens Stoltenberg, que debe ir definiendo hasta llegar a una hipotética aprobación en la cumbre del mes de julio. El objetivo sería asegurar que Ucrania dispone de financiación suficiente para defenderse y evitar así un triunfo de Rusia. Es lo que más temen algunos de sus estados vecinos, especialmente los bálticos, que éstos sí que son ahora miembros de pleno derecho de la OTAN y, por tanto, obligarían a la intervención de toda la alianza.

Nacida en la inmediata posguerra europea, concretamente el 4 de abril de 1949, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tenía como principal objetivo servir como parachoque del expansionismo de la Unión Soviética, la cual, pocos años después, creó el Pacto de Varsovia con sus países satélite. El mundo quedaba así dividido en dos grandes bloques, lo que –con el complemento de los países no enajenados– marcó la política mundial durante los largos años de la Guerra Fría. Sin embargo, parecía que con la caída del Muro de Berlín y la posterior descomposición de la URSS su función dejaba de tener sentido. Sin embargo, la oportunidad de plantear otro mundo posible camino de la desmilitarización nuclear global fue un espejismo. La OTAN, de la que Estados Unidos tiene el mando como primera potencia militar mundial, no sólo no ha desaparecido, sino que ha ido creciendo y ha incorporado, de hecho, parte de los países que antiguamente formaban parte del Pacto de Varsovia.

Vale la pena recordar que este expansionismo atlantista fue una de las excusas de Vladimir Putin en el primer momento de la invasión de Ucrania. Kiiv había pedido reiteradamente su entrada en la Alianza, en un desesperado intento de blindarse de cualquier intervención rusa, pero la OTAN se lo ha negado repetidamente, no sólo para evitar provocar aún más a Moscú, sino, sobre todo, por evitar verse arrastrada a una confrontación directa. Sin embargo, de una u otra forma la implicación de la OTAN en el conflicto es cada vez más amplia. Por una parte, con la aceleración de la entrada de nuevos socios –como Suecia y Finlandia– y por otra con la implicación de sus países miembros, tanto con el suministro de armas como de entrenamiento a las tropas. Sin embargo, de momento no se ha atravesado la línea roja que haría que Vladimir Putin considere que es toda la OTAN la que está en guerra con él. Lo dice de forma demagógica en sus proclamas, pero no tiene evidencia de que esto sea así de momento. En el ambiente militarista en el que se ha instalado ahora Europa, sería importante que cualquier decisión fuese muy pensada. La ayuda a Ucrania es necesaria y debe mantenerse y reforzarse, pero hay que calibrar bien si es necesario que la gestione directamente la OTAN o si existen otros mecanismos, como los actuales de los estados y de la Unión Europea, que podrían resultar más eficaces. Y menos peligrosos.

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