Hay personas que, más allá del trabajo, en su tiempo libre se apuntan a un webinar para elegir cuál es la mejor agua para beber. Y después se tragan un vídeo de una hora sobre cómo elegir el protector solar más adecuado para su pigmentación. Y se inscriben en un curso sobre cómo cuidar la piel en otoño. Tienen un entrenador personal que les establece un programa de trabajo físico específico acorde con el ciclo lunar. Se organiza el trabajo en función de su ciclo menstrual para sincronizar cada fase con la intensidad del ritmo de vida. Se realizan exámenes genéticos para saber qué tipo de alimentación se ajusta a su perfil metabólico. Van a comprar agua de mar a treinta kilómetros de su casa para cocinar la legumbre. Recurren a un especialista para que les ayude a gestionar el descanso diario para optimizar su rendimiento físico y emocional. Cada tres semanas realizan una dieta detox que han estudiado en un curso selecto de un gurú francés. Y se desintoxican de las otras dietas que han aprendido con distintos nutricionistas: la dieta para reducir grasas de un médico danés, la dieta para incrementar el sistema inmunitario de una doctora canadiense, y la dieta para no perder la musculatura de un terapeuta inglés de origen keniano.
Son suscriptores de un podcast que les explica cómo cocinar con cocotte con el horno a temperatura inferior a ciento veinte grados. Se puede pasar un domingo entero fabricando el pan perfecto según una receta centenaria de unas monjas austríacas aunque han modificado los ingredientes para que no tenga gluten. Han logrado una masa madre que guardan en una caja fuerte porque contiene la magia que nadie más ha logrado en un proceso de fermentación. El kombucha se lo fabrican en casa porque ninguna de las marcas envasadas garantiza los procesos que hacen de esta bebida un elixir para la salud digestiva. Se pasan siete horas para elegir una airfryer en internet.
Para utilizar el ordenador, se han puesto una máscara especial que evita la luz azul de las pantallas que, además, proporciona un tratamiento cutáneo que retrasa el envejecimiento. Si comen sartén, se la hacen de quinoa de Bolivia. Y la crema hidratante lleva placenta de cabra tibetana y membrana de huevos de esturión del Volga. Tienen un diploma que les reconoce como aprendices de un chef noruego especializado en cocción al vacío a baja temperatura. Hacen deporte en una bicicleta estática de madera que les han enviado desde Finlandia con un engranaje especial que trabaja la musculatura de una forma más profunda y cuidadosa. La máquina para los ejercicios de fuerza es japonesa. Y el único pilates que practican son unas sesiones online específicas de un gimnasta retirado estadounidense que fue instruido por Joseph Hubertus Pilates. Si no, dicen, no es pilatas.
Van a un médico chino que les cuida la salud de los pies, aunque las plantillas que llevan para salir a dar marcha nórdica les ha fabricado un ortopeda sueco que solo visita los días impares porque los pares practica la crioterapia en grupo en lago que tiene junto a su casa. Lo conocieron cuando acudieron a su país a contemplar a la autora boreal el día que se anunciaba como el óptimo de la década. Se ponen huevos de jade en la vagina un total de cinco horas a la semana para fortalecer la musculatura pélvica y reequilibrarse hormonalmente. En su casa tienen un botiquín fitoortomolecular y tienen un coach que les ha ayudado a medir y mejorar su flexibilidad metabólica. A todos esos perfeccionistas de alto rendimiento, mi admiración sincera. Si el futuro de la especie humana está en sus manos, ojalá nos ayuden a los demás a salir adelante como podamos.