En 2019 vi el perfil de un hombre en una aplicación de citas tan lleno de nombres que no sabía qué querían decir, que le hice un “me gusta” pensando que si quedábamos y no cuadrábamos al menos me podría explicar qué significaba aquella retahíla de términos sobre relaciones. Ahora me muevo en un entorno de no monogamia y aunque sólo han pasado cinco años, ya no somos cuatro gatos quienes vivimos relaciones que no corresponden al modelo tradicional.
Está el poliamor. Quienes son capaces de enamorarse de más de una persona a nivel romántico y establecen relaciones en situación de igualdad o marcando una jerarquía. Existe el ambiente liberal, las personas que viven el sexo de forma no exclusiva. Aquí entran personas solas y que tienen encuentros con una persona cada vez o también practican el sexo en grupo, y también parejas que tienen una relación abierta y aparte de jugar juntos también lo hacen por separado. En el ambiente liberal también están los swingers, parejas que se relacionan sexualmente sobre todo con otras parejas, pero que siempre lo hacen todo. Hay quien se considera poliamoroso en cariño y liberal en el sexo. Existe la anarquía relacional: quien considera que todas sus relaciones afectivas (de amistad, familiares, sexoafectivas y románticas) tienen el mismo grado de importancia. También hay quien se niega a etiquetar lo que vive y sencillamente habla de estar en el espacio openmind, abierto de mente. Y hay quien se marea leyendo este párrafo. Y es natural porque lo que está pasando es que ahora las personas establecemos relaciones de una manera diferente desde una libertad que puede sorprender a más de uno.
De todo ello a mí lo que me interesa es poner el foco en una palabra que busqué para definir lo que tantos llaman de una manera casposísima follamico. Odio esa palabra. El odio porque implica un utilitarismo que no corresponde a la realidad. Porque es fría y vulgar. Infantil. Yo siempre utilizo la palabra vínculo. Porque con esa persona hay una conexión profunda y madura y también intimidad sexual, pero tampoco es una relación de pareja porque no hay enamoramiento.
Y, finalmente, reivindico que no tengamos miedo a la palabra pareja. Mucha gente de mi alrededor la rechaza porque aunque quieren enamorarse piensan que al hacerlo tendrán que volver al modelo tradicional: una relación cerrada en cuanto a sexo, y vivir y hacerlo todo juntos. Incluso gente que quiere una relación cerrada respecto al sexo huye de la palabra porque el corsé de ser un binomio indivisible les ahoga. Una pareja ahora ya no tiene por qué significar todo esto. Y puede incluir este espacio de no monogamia y elegir vivir juntos o separados dejando siempre espacio personal suficiente para todos. O no incluirlo y que cada uno decida vivir en su casa y no hacerlo juntos. Reapropiémonos del nombre y démosle nuevos matices y sentidos porque así agrietaremos el mito del amor romántico, y esto ya es más interesante. De hecho… a cagar en la vía con el amor romántico. ¡Y viva la vida!