Moda

¿Por qué los del PP llevan camisas con el cuello blanco?

Pedro J Ramirez, fotografiado en la Gran Vía de las Corts Catalanes de Barcelona
20/11/2024
3 min

Es habitual ver a personas afines a partidos de derechas, castizas y de valores conservadores vestidas con camisas de colores pero con cuellos —y puños— blancos. Una tipología de pieza que no es frecuente ver, en cambio, en gente de valores más progresistas y, menos aún, en profesiones categorizadas como poco cualificadas. El motivo es que, a pesar de sus pequeñas dimensiones, el cuello de la camisa es un elemento de indumentaria que encapsula una importante carga simbólica y una gran significación social, cuya historia se remonta hasta el Renacimiento.

El cuello nace a mediados del siglo XVI como la única parte visible de la camisa, considerada entonces como ropa interior. No contaba con las solapas actuales, sino que consistía en la superficie textil que cubría la zona del escote y que se ajustaba al cuello con unos cordoncitos que la fruncían. La forma rizada resultante dio pie al nombre de cuello lechuguilla. Con el tiempo, irá adquiriendo más volumen y la forma será fruto de un cuidado trabajo de plegado de la tela de lienzo que recibirá el nombre de gorguera y acabará independizándose del resto de la camisa.

Felipe III retratado por Andrés López Polanco.

Este complemento estaba reservado a personas que podían permitírselo, no solo porque fuera más caro sino porque había que lucirlo impoluto, blanco y sin arrugas, en un momento en el que la higiene era mucho más escasa que hoy día. Se azulaba con polvos carísimos provenientes de ultramar y, además, era necesaria la intervención de un profesional en la materia, el abridor de cuellos, que lo almidonaba y abría cada pliegue con moldes de hierro. Al lucir una gorguera, que podía adquirir unas dimensiones casi inmovilizantes, dejabas constancia pública de que procedías de un estamento privilegiado, con una vida ociosa y sin necesidad de hacer ningún trabajo productivo. La gorguera derivó en otros tipos de cuellos, como el “compromiso isabelino” en la corte inglesa, la golilla a la española o la valona en los Países Bajos, a través de los cuales los miembros de la corte competían entre ellos por las dimensiones, rigidez, blancura y ornamentación con puntas de sus cuellos.

Retrato de Felipe IV con un cuello golilla de Velázquez.
Retrato de Felipe IV con una valona.

A partir del siglo XIX la moda masculina se concretó en el minimalismo del traje sastre, pero la simbología del cuello siguió siendo determinante. A raíz de la invención del aislamiento del cloro y el perfeccionamiento de la lejía, el blanco de la ropa podemos decir que ya era blanco de verdad, coincidiendo con que valores como la higiene fueron ganando importancia en la nueva sociedad burguesa y serán elementos claros de distinción de clase. Las partes de una camisa que se ensucian con mayor facilidad son, precisamente, el cuello y los puños y, por tanto, lucirlos impolutos dejaba claro que tenías los medios económicos para cambiar y lavar la camisa con asiduidad. El color blanco estaría a las antípodas de ser un color sufrido, ya que nunca puede engañar sobre su grado de aseo, convirtiéndose, en consecuencia, en un símbolo de privilegio social. De ahí que se inventaran los cuellos independientes de celuloide, para que personas de entornos más humildes que no tenían la posibilidad de lavarse la camisa pudieran lucir un cuello limpio en público.

A raíz de esto, a principios del siglo XX se creará una clasificación profesional marcadamente clasista a partir de los colores de los cuellos de las camisas. Los trabajos llamados de “cuello blanco” eran aquellos que requerían un alto nivel de formación, desarrollados generalmente en oficinas y que estaban mejor retribuidos, mientras que los de “cuello azul”, en relación con el mono azul del uniforme, eran los catalogados como trabajos poco calificados. En este caso, las camisas de colores con el cuello y los puños blancos que lucen miembros de partidos de derechas son un claro recordatorio de este simbolismo clasista que, a pesar de la facilidad actual para mantener una camisa limpia, nos recuerda que, en el pasado, un acto tan cotidiano como este era capaz de jerarquizar a una sociedad.

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