La tregua de Navidad de 1914 en el frente occidental de la Gran Guerra ha pasado a la historia como un episodio insólito y precioso en la tierra de nadie de la bondad. Las escenas han sido evocadas por la literatura y el cine, y su banda sonora es la Santa Noche. Todo empezó en la Santa Noche que los soldados alemanes entonaron en el idioma original, Stille Nacht, y fueron acompañados por corazones en inglés y francés en las trincheras enfrentadas, que pasaban a ser vecinas.
La confraternización entre soldados de uniformes distintos era el contrapunto del terrible drama de la guerra, que hoy desgraciadamente tenemos aquí al lado, porque en la aldea global todo está aquí al lado y el avión es el metro. La guerra, jóvenes humildes que podrían ser amigos matándose porque ricos provectos han decidido que se maten, diría parafraseando a mi manera un viejo aforismo. En la próxima entrega de esta sección, abordaré el tratamiento periodístico de los conflictos de Oriente Próximo a partir de reflexiones que me ha hecho en manos el suscriptor Josep Roca.
El Defensor del Lector declara pues una tregua en la bandera blanca de una página: recibo muchísimas críticas y las administro, pero hoy quiero transmitirles todas las partes positivas que también contemplo. Cuando el próximo abril mi función cumpla un año, pasaré cuentas y detallaré en cantidad y calidad cuál ha sido mi cometido. Ahora, sin embargo, con esta pausa navideña tengo que transmitir, en primer lugar, que muchos lectores se implican en la mejora del diario con sus comentarios, que hacen el doble esfuerzo del análisis y de la comunicación que me dirigen por correo electrónico, WhatsApp o llamada telefónica.
En este lado positivo, debo remarcar también la reciprocidad de los redactores y directivos del ARA, que responden con fair play a los agravios de esta sindicatura del papel y contribuyen a explicar cómo hacemos el diario, y agradezco asimismo las colaboraciones de los peritajes externos que pido, a menudo académicos, siempre sabios y generosos.
Detecto también, al mirarme la hoja de Excel en la que lo anoto todo, y después de haber participado en uno de los encuentros del Club Premium que coordina magníficamente Daniel Romaní, que suscriptores y lectores en general se constituyen en una telecomunidad AHORA . Son una parte tan importante del proceso de comunicación que se convierte en sine qua non: dicen los juristas que "si no hay delito, no hay pena", pues nosotros podemos afirmar que sin lectores no hay prensa. Muchos de los lectores que se dirigen me manifiestan esta identidad por pertenencia a un colectivo, y en el ejercicio de la crítica, siempre dando la cara e identificándose, evidencian que leyendo el diario proactivamente también lo hacen, y que aunque no se paseen por la sede de la calle Peu de la Creu, la lectura y la suscripción los empadronan. Aflora la teoría sistémica de Niklas Luhmann, construida en base a la comunicación.
Mi riesgo, como receptor de tantas críticas, sería quitarles el contexto que la tónica general respeta el código deontológico y que también muchos lectores me ponen de manifiesto que el ARA es un buen diario. Me lo hacen saber ya veces ponen nombres; cuando hacen al caso, los he mencionado, pero lamentablemente no puedo dar salida a todas las comunicaciones que me llegan y otros nombres han quedado en el tintero. Sepan los lectores, sin embargo, que aunque no sean publicadas sus opiniones –los criterios de elección están en el Estatuto del Defensor, colgado permanentemente en la ventana digital– las he leído absolutamente todas.
Hago público, pues, lo imprescindible de poner el blanco junto al negro especialmente en las zonas del periodismo –¡cómo ésta!– que se especializan en las sombras. Doy un salto cualitativo del argumento. El periodismo de denuncia hace una gran aportación cívica mostrando a la sociedad lo que de una forma u otra ocultan los que la manejan, y los periodistas que la ejercen se arriesgan ya veces pagan penas de tribunales e incluso de salud. Pero tienen el hándicap de instalarse en el dominio crítico, creando el monstruo del periodista juez y la caricatura del periodista predicador o matón: no es necesario que remuevan demasiado el mapa mediático en red para encontrarlos. Por eso sugiero al periodismo de investigación, normalmente adscrito a sacar las vergüenzas de lo peor de cada casa, que de vez en cuando se contraste a sí mismo y balaje en espacios ocultos que ayudan a mejorar la sociedad a menudo en similar proporción que los investigados que la estropean.
Y como la tregua permite alguna licencia, les dejo mi broma del Día de los Inocentes, basada en hechos reales, sin embargo. El lector Antoni Batista se ha quejado al Defensor del Lector del ARA por un titular de la sección Comemos que gramaticalmente admitía dos interpretaciones y que le ha llevado a un restaurante muy elogiado que ha resultado ser una buena chapuza. El lector me pide que seamos cuidadosos y prudentes con los titulares y que no nos dejemos llevar por las modas y las campañas de marketing que, en el mundo de la gastronomía, vienen demasiado a menudo el humo no de los fogones sino del esnobismo. En el restaurante en cuestión no había manteles ni servilletas de ropa ni cambiaban los cubiertos según los platos, pero en la clientela lucían ping-umbos de las mejores costuras y tintinear de metales preciosos.
He empezado en la Santa Noche y acabo, hoy que me puedo permitir también sacar a pasear al músico y dar el tono de la partitura al principio y al final. En las trincheras de la Gran Guerra, el idioma universal de la música hizo coincidir lenguas diversas cantando el Santa Noche, un himno de "paz y reposo". Santa Noche, pentagrama de Franz Gruber y letra de Joseph Mohr, fechada en 1816-1818, hoy es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y tiene extraordinarias versiones en catalán repartidas en nuestra no menos monumental tradición coral y orfeonística. Si la versión inglesa de John Rutter es memorable, lo es igualmente la de Francisco Civil y Castellví, que fue su introductor en Cataluña, grabada por la Escolanía de Montserrat dentro del poema musical Nuestra Navidad, con la Orquesta Sinfónica Julià Carbonell de las Tierras de Lleida, dirección de Joaquim Piqué, y los solistas Joan Marsol (violín) y Teresa Espuny (arpa).
El Defensor del Lector les desea feliz Navidad.
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