Por una relación más sana con el sexo

Los adolescentes también miran pornografía, se masturban, piensan en el sexo y practican. Algunos se obsesionan –la literatura lo ha retratado a fondo, con ejemplos geniales como El trastorno de Portnoy, de Philip Roth–. Los adultos podemos cerrar los ojos, simular que no lo vemos y evitar el tema. Cuando estemos en familia, cambiar el canal del televisor o acelerar las escenas más subidas de tono de la película de la noche en la plataforma de streaming. O podemos coger el toro por los cuernos, aunque sea incómodo, y aprovechar ocasiones como ésta para hablar de sexo con sus hijos. Los adolescentes no dejarán de mirar porno, masturbarse, pensar en el sexo y practicarlo por mucho que hagamos ver que todo esto no ocurre o que pensamos que son demasiado pequeños, todavía. Probablemente lo son, pero lo que tienen a un par de clics de ratón y móvil no puede ser el único lugar donde aprendan.

La educación sexual, como todo lo que debemos aprender para crecer y convertirnos en miembros de una comunidad, es un reto de toda la sociedad. Ayer publicábamos que las denuncias por agresiones sexuales en grupo se han disparado un 40% en seis años, desde el mismo año en que se hizo el juicio por la violación de la Manada en los Sanfermines. Es otra prueba que demuestra que todavía tenemos mucho trabajo por hacer. Y no sólo en casa, también en la escuela. Debemos abordar más a fondo la educación sexual de los más jóvenes, sin descuidar la sentimental. Es necesario ir mucho más allá de alertar sobre el peligro de los embarazos no deseados, las infecciones de transmisión sexual y el consentimiento. Debemos abordar el deseo y todo lo que hay detrás. Con cuidado, evidentemente, sin banalizar.

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Pero la única forma de hacerlo con criterio es entender cómo viven el sexo los más jóvenes. Sabemos algunas cosas, como explicamos en el dossier de hoy, que nos indican que no se puede generalizar, y también que muchos son más responsables de lo que imaginamos, que saben qué es el consentimiento mejor que muchos adultos a su edad, a pesar de la innegable influencia de la pornografía, las series y las películas. La nuestra es una sociedad hipersexualizada y los más jóvenes no están ajenos. Pero para saber más es necesario que nos comuniquemos.

Construir una sociedad más justa y con menos crímenes sexuales pide tejer una relación más sana con el sexo, y en este sentido los jóvenes son una oportunidad, si conseguimos no transmitirles los prejuicios, los tabúes negativos –no todos lo son, en una comunidad– y el machismo que hemos heredado de generaciones anteriores. Pero una relación más sana, que claramente debe ser más abierta y comunicativa, no debería basarse en los intereses comerciales de quienes hacen negocio con el sexo y el machismo: debería fundamentarse en el deseo, la curiosidad, el descubrimiento del propio cuerpo y el respeto y la escucha de los propios sentimientos y los de los demás.