Sexo antiguo, mentiras y sensualidad

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Núria Garcia

Veo una película firmada y dirigida por una mujer bastante más joven que yo y me sorprende descubrir que las escenas de sexo que se enseñan siguen siendo las de siempre, centradas en el coito. Besos, caricias y banderilla. Pim, palmo, pum, bocadillo de atún, que dice mi amigo Edu. Penetración y abajo que baja. Y me sorprende porque lo encuentro antiguo, sobre todo para alguien joven y con una apertura de mente, como demuestran otros aspectos de la película.

Pensando en ello me doy cuenta de que estoy en un espacio completamente diferente. En estos últimos tiempos de madurez he crecido y puedo decir que mi sexualidad es mucho mejor. En primer lugar, porque me la permito toda sin ningún tipo de tabú o de restricción (olé yo). Me pasé años expulsando la culpa del espacio de crianza y en estos últimos tiempos me he dedicado a erradicarla de mi vida sexual. He buscado, preguntado, experimentado, me he atrevido. Y lo he hecho con buena información en mi mano que me ha permitido aprender y resolver dudas. Pienso, por ejemplo, en Imma Sust y el buen trabajo de divulgación que hacen ella y todo el equipo de Amantis. Y también en las sexólogas Eva Moreno, Elena Crespi, Raquel Tulleuda, Elma Roura y tantas y tantos otros profesionales. Pero también están todas las personas con las que he compartido dudas y alegrías. Porque hablar de sexo es igual de importante que practicarlo.

Es por eso que ahora el coito tradicional de las películas me parece antiguo. Porque se queda corto respecto a la realidad. Para empezar, rara vez se refleja el placer femenino. Todavía recuerdo el impacto que tuve al ver cómo en la serie Outlander por fin había una mujer que gozaba con la masturbación y el sexo oral. Porque el sexo, el buen sexo, es mucho más que la penetración, que ocupa un espacio (para quien quiera), pero no hace falta que sea ese espacio central que hasta ahora nos han vendido. Porque si es así, cuando no puede ser por lo que sea, existe una frustración innecesaria. Ésta también es una maldición del patriarcado, hacernos creer a hombres y mujeres que si no hay penetración no hay sexo y plegamos y vamos a tomar una copa. No, no, no. Hay muchas opciones más. Al menos yo lo vivo así y es francamente más divertido.

Y después está esa otra mentira, y es la que dice que las mujeres no pensamos en el sexo o que no pensamos a menudo. Y mira, pues sí. Yo pienso, pienso y otras amigas mías también. Oh, por supuesto. O que el sexo sólo son esos ratos de cama (o de donde sea). Y tampoco es cierto. Porque para mí el sexo va ligado inseparablemente a la sensualidad. Una sensualidad que me dedico mucho a mí misma día a día, como cada vez que me pongo crema hidratante después de la ducha, o cuando elijo la ropa y pienso en el tacto que tiene, cuando bailo en el gimnasio y me miro cómo me muevo, cuando me hago un retrato erótico, cuando me perfumo con ese aceite esencial o con mi perfume. Gestos que me dedico a mí en primer lugar. Pero no sólo.

Porque el sexo es hacer todo lo maravilloso que hago, soltándome con libertad, pero también abrazarse y bastante durante ese rato infinito, dulce y sensual.

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