El sindicalista que se infiltró en Glovo (y ahora lo explica en un libro)
El delegado de CCOO en Valladolid, Raúl García Agudo, relata cómo participó en un proceso de selección de ‘riders’
Casi cada mañana, Raúl García Agudo desayuna en el mismo bar de Valladolid, a pocos metros de la sede de CCOO de la ciudad, donde trabaja como delegado provincial. Es uno de aquellos locales de barrio tranquilos, donde los propietarios ya saben cómo se llaman los clientes habituales y que pedirán antes de que abran la boca. Un lunes de junio de 2019 el sindicalista volvió a presenciar una escena que había visto muchos otros días mientras tomaba un café y un bocadillo con una compañera del sindicato.
Un chico de unos 20 años salía del edificio de al lado con una mochila amarilla de Glovo y se subía a una bicicleta atada a una farola de la calle. Llevaba una barba larga e iba vestido con un chándal oscuro con rayas blancas. Pero, a diferencia de otras veces en las que había observado a los repartidores desde la distancia y con total desconocimiento de su situación laboral, esta vez lo saludó. García Agudo se acercó y le preguntó cómo era la experiencia de ser rider. Era el primer día del chico como mensajero y justo salía de las oficinas de la empresa catalana en Valladolid. Cuando llegó al despacho, el delegado de CCOO decidió apuntarse a la plataforma para probar directamente este trabajo. Con esta escena arranca la historia de un sindicalista que decidió entrar dentro de Glovo para conocer cómo funciona la aplicación y que ahora explica la experiencia en el libro El sindicalista infiltrado, editado por Apostroph.
Su puerta de entrada fue una oferta de trabajo en el portal Infojobs. Glovo buscaba repartidores en Valladolid. Prácticamente no había requisitos de entrada: ni estudios ni experiencia mínima, solo que el candidato a rider dispusiera de vehículo propio, con puntos extra si se trataba de una moto o un coche. En el anuncio no había ninguna mención del sueldo, pero se ofrecía “buena remuneración, flexibilidad en el horario y equipación para realizar los envíos en las mejores condiciones posibles”. El sindicalista ya sospechaba.
En el primer contacto presencial con la plataforma, una entrevista en grupo de 30 minutos con seis personas más, García Agudo se dio cuenta de que la relación contractual entre Glovo y los repartidores era un tabú. La responsable de la oficina se desentendió de sus preguntas, argumentando que eran aspectos jurídicos que se llevaban desde Madrid. “En la entrevista había personas muy jóvenes, migrantes y algún trabajador más mayor a quien le costaría encontrar trabajo”, apunta. Por entonces, como sabía García Agudo, ya había unas cuantas sentencias que aseguraban que los riders eran trabajadores y no autónomos. Por cierto, la chica que le hizo esta introducción sobre las condiciones (la única asalariada de Glovo en Valladolid, según el sindicalista), la acabaron echando de la empresa y sus compañeros de CCOO la asesoraron con el despido.
Lo que se explicaba en estas sesiones informativas era el desglose de las facturas que tendrían que pagar. Antes de nada, 60 euros por la famosa mochila amarilla con el logo de Glovo. Después, cinco euros al mes por el seguro adicional que estaba obligado a contratar. El vehículo y su mantenimiento también corrían por anticipado del rider. Y, claro, la cuota de autónomo que, según García Agudo, se presentaba de una manera bastante engañosa en la entrevista. “De entrada, te vendían que pagarías muy poco y se ponía mucho énfasis en las excepciones de personas que cobraban 3.000 euros al mes haciendo de rider y que compensaban los gastos”, dice.
Entonces en Valladolid la tarifa de Glovo para los repartidores era de dos euros fijos por pedido más 0,35 euros por kilómetro. A esta remuneración se sumaban 5 céntimos por minuto de espera en el establecimiento de recogida. En caso de lluvia, también se añadía un 30% extra –Glovo es quien decide si llueve o no– y el domingo por la noche había un bonus especial por estar disponible.
La infiltración de García Agudo no fue más allá, a pesar de que habría intentado ponerse a repartir si le hubieran hecho un contrato. “Me sirvió para tener mucho más contacto con los jóvenes que trabajan en la empresa. Vi su situación de precariedad y la parte más salvaje, que es esta competencia tan grande entre ellos”, argumenta el sindicalista. Él mismo es ingeniero informático, a pesar de que ahora se dedica a las relaciones laborales, y critica la perversión del algoritmo que observó en esa temporada en Glovo. “Puedes estar más de 14 horas jugándote la vida para después llegar tarde a un pedido y encontrarte con la mala cara de un cliente”, añade. Pero, sobre todo, García Agudo lamenta que si hoy repitiera el experimento, los resultados serían idénticos, a pesar de que en España ya está en vigor la ley rider.