El sufrimiento de ser madre: todo el día sufriendo por un estuche perdido

3 min
'Que alguien te abrace fuerte'.

En el andén de la estación de los Ferrocarrils, un niño llora desconsolado mientras se abraza a su madre. Ella intenta tranquilizarle pero es obvio que esta vez será difícil conseguirlo. El niño debe tener diez u once años, va a una escuela que hay dos paradas más allá. Forma parte de los alumnos con plan individualizado. Normalmente va solo y se le ve contento, y cumple a la perfección con las rutinas que le han enseñado en el transporte público. Aquella mañana su madre ha entrado con él en el andén porque el disgusto lo hace todo más complicado. El niño llora porque al salir de casa ha visto que ha perdido algo que era importante para él. Está asustado porque siente que no la encontrará nunca más. La madre le anima y le dice que está convencida de que se la dejó ayer en clase a la hora de marcharse y que cuando llegue esta mañana la encontrará: “Ya verás cómo lo tienes en el cajón o sobre la mesa. No te preocupes, que saldrá”. El niño cree que no, que no estará ahí, y la pérdida le supone un gran dolor. “Si no lo encuentras cuando llegues, explícaselo a Mireia y ella te ayudará a buscarlo. Estoy segura de que lo encontrarás. De verdad”. Pero el niño está angustiado. Llega el tren. Mamá todavía ve al chaval demasiado alterado para hacerlo subir. “Venga, dejamos pasar este tren y me quedo contigo hasta el siguiente, pero después tengo que irme a trabajar”. El niño se abraza fuerte y ella le besa. “Vamos, va, que encontrarás el estuche cuando llegues a clase. Debías dejarlo ayer. No ocurre nada. Nos ha pasado a todos alguna vez. Cuando llegues, Mireia te ayudará”. Mamá le propone respirar juntos un rato para calmarse. Ella hace el corazón fuerte. Le notas la angustia por el mal momento que está pasando su hijo, pero también el coraje de proporcionarle confianza, de mostrarle optimismo y ayudarle a afrontar los pequeños problemas de lo cotidiano. El esfuerzo de educar a veces tiene estas contradicciones. Llega el tren. Madre e hijo se abrazan fuerte. Mamá le repite que encontrará el estuche, que ya verá y que, sobre todo, hable con Mireia, que será la maestra. El niño sube al vagón. Está algo más calmado, pero de vez en cuando tiene algún sollozo. Mamá le dice adiós desde el andén con una sonrisa y le hace un gesto con los brazos para contagiarle bastante. Y, desde la distancia, se ve cómo ella enseguida coge el móvil para llamar a alguien. El niño desciende a la parada de siempre. Desde la ventana, lo ves pasar el turno de la estación, con la mochila en la espalda y cabizbajo. Durante el día vas pensando si ese niño que sólo conoces de coincidir muchas mañanas en la estación habrá encontrado el estuche. Rezas para que las previsiones de la madre se hayan cumplido. Piensas en aquella mujer, que habrá tenido un día complicado en el trabajo sufriendo por lo que ha pasado y deseando que todo haya salido bien y que su hijo esté mejor.

Al día siguiente por la mañana el niño vuelve a estar en el andén. Está contento y lleva el estuche en sus manos. Mamá se espera al otro lado del turno para decirle adiós cuando suba al tren.

Final feliz para una historia que nos dejó a varios pasajeros con el corazón encogido. Una escena que te conecta con el sufrimiento que a veces comporta educar, transmitir a los hijos la confianza en sí mismos, hacerles ver que pueden resolver ellos sus problemas a pesar de que se sientan superados por algún imprevisto. Lo difícil de hacerlos autónomos. Y también te identificas con ese sufrimiento que a veces supone crecer cuando somos niños. Y, sobre todo, la importancia de tener a alguien que te abrace fuerte.

stats