Pol López: "Siento que por fin ya no somos la generación joven de actores"
Actor
BarcelonaHa sido Hamlet, el Raskólnikov de Crimen y castigo, Enrique V, el Vladimir de Esperando a Godot... Pol López, a sus 40 años, puede presumir de que es de los pocos actores de su edad que ha vivido del teatro, sin tener que buscarse la vida en la selva del audiovisual, el cine y las series. Su participación en Corcho, la película de Mikel Gurrea que le hizo ganar al Gaudí a mejor actor, cambió su punto de vista. Acaba de ponerse en la piel de Emilio Trashorras en la serie Nos vemos en otra vida, este verano ha estrenado Llobás, filme de Pau Calpe, y la pasada primavera rodó La furgo, de Eloy Calvo. Pero no abandona el teatro. Después de estrenar en el Grec, lo tendremos este diciembre en el Lliure haciendo de Alcestes en El misántropo de Molière y de gira con Dolor de corazón, el montaje de su compañía, la Solitària, que estrenó el año pasado en el TNC.
¿Podría ser que en el mundo audiovisual haga cosas que no le dejan hacer en el teatro? En la serie Nos vemos en otra vida entra en escena como un huracán, atañiendo a un tipo...
— Sí, es cierto que personajes con esa violencia dentro no los he frecuentado demasiado. Es de las mejores presentaciones de personajes que me ha caído en mis manos.
En el teatro, últimamente, ha tirado más clásicos.
— La gracia de los clásicos es que son infinitos a la hora de trabajar con ellos. Y la conexión real con sus palabras por parte de intérpretes y público. Y casi siempre hay algo repensado y transformado; si no, no sé si tiene sentido. Salvo Beckett, tal vez.
No hace mucho que se ha puesto con el cine y las series. ¿Cómo ha dado el paso?
— Tengo un deseo de moverme hacia aquí un poco, y abrir este mundo me apetece. Es verdad que a mí básicamente me gusta el teatro. Ensayando El misántropo he visto que éste es mi sitio, que me encanta. Eso sí, el portal a la cosa de la interpretación fue el cine; es a partir de la observación enfermiza hacia ciertas piezas audiovisuales descubiertas durante la adolescencia (el cine de Cassavetes, Wenders, Bergman) que me dirigí hacia la interpretación. Y el gusto por trabajar en cine. Todo vino por Corcho, que fue mi primer protagonista. Antes había hecho de secundario y no había insistido mucho. Corcho me gustó, sobre todo hacer de protagonista, todo el trabajo que supone, el diálogo con el director. Y con Corcho pasó que estuve allí desde el principio, decidiendo cosas del personaje etc. Poder estar tan dentro también me encantó.
¿Participar en el proceso creativo es clave?
— En el caso de Corcho, sí, y por lo general no puedes no participar. Eso sí, debes saber cuál es tu sitio como actor. La jerarquía, el rol que desempeña cada uno debe tenerlos muy claros, y es una de las cosas más interesantes y didácticas del cine.
¿Lo que más le gusta es hacer personajes?
— Me gusta construir, sí. Me gusta cuando apuestas por algo y el trabajo de trabajar cada aspecto de esa naturaleza. Lo dejo al hablar, cómo ocupa el espacio, cómo mira, qué pensamientos lo llenan, qué convicciones, complejos, fragilidades, qué estilo de vestir, por qué, qué esconde. Y no construir muchísimo me gusta también, todo depende del personaje que me toque y qué trabajo requiere cada naturaleza, proyecto, etc.
¿Cree que, de su generación, es uno de los pocos que han podido vivir del teatro?
— Sí. Soy muy consciente del privilegio.
Empezó en una época terrible.
— Sí, después de la crisis de 2008. Pero, igualmente, he de decirte que realmente no tengo muy presente como han sido las épocas anteriores del teatro en Cataluña. Siempre he pensado que el teatro perdurará.
¿Ha tenido alguna vez la sensación de que los actores mayores le estaban robando papeles?
— No. Lo que sí siento es que por fin ya no somos la generación joven no sé qué... Somos jóvenes, sí, porque la idea de joven de ahora es distinta a la del siglo XX.
Hizo de Christopher Boone, el chico de quince años deEl curioso incidente del perro a medianoche, con 30!
— Porque tenía unas características que hacían que pudiera parecer un niño con acné fácilmente. Ahora ya no tanto: coronilla, entradas... Sería un Christopher algo trash, con voz de niño que fuma ducados y hace la quiniela.
Se ha puesto en la piel de Hamlet, de Raskólnikov, del Vladimir de Esperando a Godot, ahora hará del Alcestes deEl misántropo... ¿Qué personaje se ha dejado?
— No pienso en los que no podré hacer. ¡Mentira! El Treplev de La gaviota de Chéjov.
Dicen que hay actores que hacen de Hamlet y otros, de Cyrano de Bergerac. ¿Le gustaría ser Cyrano?
— Sería precioso. No tengo muchas máximas en este sentido, de quien hace no sé qué no puede hacer de no sé quantus. Siempre estoy muy abierto a personajes que me puedan llegar sin pensar si están más cerca o lejos de mí. ¿Y además qué significa esto? La gracia es poder probar, atreverse y equivocarse, pero no sea posible.
Si quisiera hacer de Cyrano sería posible.
— Sería posible. Quizá se podría hacer un Cyrano con una nariz de rinocima, lo de la nariz de los alcohólicos. Un Cyrano que vive de discursos tronados, de rimas rancias, que escucha a Fito & Fitipladis, un dinosaurio del amor, solitario, con el vestuario de miembro de una tuna, el último vestigio del hombre romántico decadente, por ejemplo . O que va con nariz grande y gafas tipo Groucho para esconder un agujero en la cara.
Tiene su compañía, la Compañía Solitaria. ¿Qué diferencia hay entre lo que hace con Pau Vinyals y Júlia Barceló y cuándo trabaja con otras personas?
— Con ellos estamos mucho en el proceso de pensar lo que hacemos antes, y somos amigos desde hace muchos años. La gracia de trabajar con gente que conoces tanto también es poder sorprenderse. Cuando ensayamos juntos podemos reír... El tiempo de ensayo es un espacio especial, que te permite acercarte a lo que llaman sentirse realizado. Y cuando lo que has ensayado cristaliza y toma forma es muy bonito.
¿Qué le une a Pau Carrió? Ha hecho un montón de obras con él.
— Nos unió mucho la palabra, la devoción por la palabra como el punto más importante del teatro. Investigo otros caminos y otras puertas, pero cuando nos conocimos la palabra fue el punto de encuentro y entendimiento. Como esa cosa aparentemente tan sencilla puede abrir tantos caminos, puede tener tantos significados, puede tener tantas lecturas. Me interesó mucho la forma en que empezamos a trabajar, sobre todo con Shakespeare, con Enrique V. Allí nos entendimos mucho sobre cómo tratar la palabra, cómo llevarla a escena, cómo compartirla con el público, la idea de plaza y del presente. Shakespeare, y tantos otros, sólo pueden encarnarse desde la idea de presente. El presente con la puntuación, como si cada coma fuera un punto casi, porque se está elaborando el pensamiento, y después de esa coma no se sabe qué vendrá. El volumen de las palabras, su dimensión… Ser obsesivo a la hora de encontrar una adjetivación hiperconcreta sobre lo que se dice, lo que a veces puede ser prosaico y elemental y en ocasiones es algo muy sofisticado.
¿Hacer de Hamlet fue un antes y un después?
— Totalmente. Y nunca pienso que, haciendo un personaje, lo entiendo del todo, pero sí que hay días que te acercas, como a uno mismo. Con Hamlet era esto de forma exponencial... Con Hamlet siempre había algo que se escapaba, y eso me atraía mucho. Que un personaje se te escape, que sea más fuerte que tú, mayor que tú, que nunca puedas acabar de comprenderlo, es muy interesante. El momento de entrar en la locura me pareció de las cosas más difíciles y transformadoras que he hecho nunca. También el hecho de hacer un personaje que detiene la acción dramática, que decide que la obra se detenga; esa conciencia de personaje/actor también es algo muy interesante de interpretar. Se hacía las buenas preguntas, las que nos hemos hecho todos, pero la forma, la belleza, la complejidad, de hacérselas te hace sentir afortunado de pasar por allí.
Ahora que se pone en la piel de Alcestes, ¿cómo lleva su misantropía?
— Lo puedes entender y puedes comulgar, pero es mejor abrazar al otro, la diferencia, la superficialidad, comprender la hipocresía, por mucha rabia que dé. No odiar tanto e intentar amar. Quizá sea demasiado radical, pero muy inspirador.
¿Cree que es un actor poco egoísta?
— Me gusta compartir. Creo que forma parte de ese trabajo. Solo puedes trabajar con el otro. No puedes no ser generoso. Y nada tiene que ver con ir de buena persona o no. La condición primera de una actor es la generosidad y no debe leerse como «oh, qué bondadoso», no, es sencillamente el elemento primero para el juego, el fenómeno que vive en el centro de este oficio.
Lo digo porque la mayoría de actores y actrices viven muy centrados en su carrera, y en su caso no lo...
— Sé adónde quiero ir y qué me gusta, pero tengo que coger mucho trabajo. Pienso mucho en la economía familiar. Aunque las cosas que hago las acabo encontrando interesantes, me gustan y encuentro alicientes. No me puedo echar el rollo de actor comprometido que sólo hace cosas porque está convencido de no sé qué. No soy así.
¿Es un actor atípico? No es alto, hasta hace poco hacía de niño...
— [Ríe] Ningún actor es típico. Creo que todo el mundo tiene un interés, por atípico, por aparentemente muy típico.
No está casado con ninguna actriz.
— Esto es verdad.
¿Tener hijos le ha cambiado la forma de trabajar?
— Sí, totalmente. Primero porque el espacio de ensayo se convierte en algo más concreto. No puedes hacer tanta compañía. Pero también está bien: haces tu trabajo, compartes cosas. Y debes conciliar.
¿Mantiene el anonimato?
— No voy con pasamontañas en el cole porque generaría aún más misterio. Por lo general, me encuentro gente muy civilizada, padres que si te quieren decir algo del trabajo siempre es agradable o agradecida.
Julia Barceló dijo que plegaba como actriz. ¿Qué pasará con la compañía?
— No vamos a plegar. Tenemos una idea con Pau Vinyals. Quiero trabajar con una persona que me gusta mucho lo que hace. A ver si sale. Si no, no ocurre nada. Porque vamos tan lentos... No vivimos de la compañía y montamos, de media, un espectáculo cada tres años. Queremos continuar porque nos gusta lo que hacemos: tenemos inquietudes que se van comunicando entre nosotros e intereses que pueden contaminarse.
¿Tener un espacio de creación es imprescindible?
— Tienes que convertir cada proyecto en esto, que tenga que ver con esto, con poder explorar la idea esta de la creatividad, de disfrutar, y del verbo más sudado pero más cierto que vive en el centro de este oficio: jugar.