¿Una luz blanca al final del túnel? Esto es lo que ocurre cuando morimos
La ciencia investiga la actividad del cerebro en experiencias cercanas a la muerte
Es la obsesión de los poetas. "¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuelve el alma al cielo? / ¿Todo es vil materia, / podredumbre y lodo?", se preguntaba Gustavo Adolfo Bécquer. Otros recrean la dimensión desconocida que hay detrás: "Vendrá la muerte y los ojos me arrancará: / veré entonces otro firmamento", auguraba Joan Vinyoli, mientras que Sylvia Plath describía: "Alguna otra cosa / me arrastra por el aire / –muslos, pelo; / escamas." También la vinculan con los recuerdos: "Cuando la noche sea mi memoria. Mi memoria será la noche", decía Alejandra Pizarnik.
La muerte es la piedra en el zapato del ser humano, que desde la antigüedad ha lamentado la impermanencia y ha buscado la inmortalidad. Lo ha hecho también a través del cine. Quien no recuerda a Patrick Swayze saliendo de su cuerpo y viéndose en brazos de una jovencísima Demi Moore en el filme Ghost (1990), mientras rechaza dejarse llevar por unas lucecitas blancas hacia el más allá? luz, interacciones con otras entidades y recuerdos de vida", explica el profesor de neurociencias de la UOC Diego Emilia Redolar. Lo hace con varios estudios en mano sobre estas vivencias, siempre con pacientes supervivientes de parada cardíaca. El primero, hecho en los Países Bajos y publicado en 2001 en The Lancet, incluyó 344 pacientes, de los cuales 18% describieron haberlo vivido.
Uno de los relatos recogidos en la investigación es especialmente desconcertante. Una enfermera explica que, durante un turno de noche, una ambulancia llevó a la unidad de cuidados coronarios a un hombre cianótico y en coma profundo, al que ella le quitó la dentadura postiza para intubarle. Una semana más tarde, se volvió a encontrar con el paciente, ya estable, que dijo: "Esta enfermera sabe dónde están mis dientes. Usted estaba allí cuando me llevaron al hospital y me quitó la dentadura de la boca y la puso sobre ese carro". El hombre explicó "que se había visto a sí mismo tumbado en la cama, y que había percibido desde arriba cómo los médicos y enfermeros trabajaban para reanimarle".
Otra investigación significativa en este sentido es la AWARE I y II del investigador neoyorquino Sam Parnia, cuyos resultados fueron publicados en una revista científica especializada en reanimación cardiopulmonar y paro cardíaco. De los 140 supervivientes del primer estudio, el 9% dijeron haber tenido este tipo de experiencias y el 46% afirmó haber tenido un recuerdo mientras sufrían la parada cardíaca. El segundo fue un estudio prospectivo de 25 centros que sólo contó con 28 supervivientes entrevistados, de los que el 21,4% relataron una experiencia de este tipo.
Explosión de actividad
Lejos de tener motivaciones paranormales, parece que las llamadas experiencias cercanas a la muerte podrían tener una explicación científica. Así, parece que se producirían por un aumento transitorio de la actividad gamma coordinada del cerebro, que es la que tenemos cuando soñamos, recordamos o nos concentramos, hasta los 30 segundos posteriores al paro cardíaco. Lo apuntan varias investigaciones, las más consistentes de las que nos llegan de la Universidad de Michigan, donde un equipo de científicos lo ha comprobado con ratones, tal y como publicaron en la revista PNAS en 2013, pero también con humanos en una investigación en la misma publicación en 2022, en las que dos de cuatro personas en coma monitorizadas mientras les retiraban el soporte vital registraron una explosión de actividad gamma. Pero, además de este tipo de actividad, asociada a un estado consciente ya la percepción sensorial, "parece que existe una actividad sincronizada de una unión entre la corteza temporal, la occipital y la parietal, que podría explicar estas experiencias", afirma Redolar.
Pero, ¿por qué puede haber esta explosión de actividad en el momento de morir? O, en palabras del neurocientífico de la UOC: "¿cómo puede la gama aumentar apresuradamente justo antes de que todas las ondas electroencefalográficas colapsen?". La respuesta no está nada clara. No se sabe si responde a una función evolutiva oa una consecuencia de la misma crisis que provoca la pérdida de oxígeno, admite Redolar. Entre las posibles explicaciones encontramos que "el cerebro moribundo se encuentra en un estado de competición entre dos fuerzas opuestas, la descomposición de la red cerebral y la homeostasis [o equilibrio], que lucha por mantener la estabilidad" y eso podría producir que la actividad cerebral elevada por la falta de oxígeno "interactuara sólo a través de las conexiones supervivientes".
"Con un cerebro que está sufriendo puede pasar cualquier cosa", considera el neurólogo del Hospital Clínic y especialista en muerte cerebral Carles Gaig, quien espera más investigaciones que reproduzcan estos resultados. Para él, son especulaciones porque "estas frecuencias gamma se han relacionado con un estado de conciencia, pero es difícil saber si realmente es así y qué significa en el contexto de estas personas gravemente enfermas". Gaig recuerda la complejidad de este órgano, pero también la necesidad de entender que es un creador de percepciones: "Si un árbol cae en medio del bosque, y no existe un cerebro para escuchar el ruido, no existe el ruido. Toda la realidad es una construcción de nuestro cerebro". Por tanto, considera que "sacar conclusiones de la existencia de una supraconsciencia" de esta actividad cerebral en el momento de morir "corresponde más a un deseo que a una realidad".
Esto nos lleva a asumir el gran problema de la neurociencia: la conciencia. Para Redolar, que ha escrito La mujer ciega que podía leer con su lengua (Grijalbo), éste es el principal obstáculo en las investigaciones sobre el fin de la vida: "Empezamos a saber cómo funciona la memoria, pero no sabemos muy bien cómo queda sustentada esta conciencia de nosotros. ¿Qué correlato neuronal tiene? ¿Está en alguna estructura? ¿Podemos trasplantar un corazón, pero no podemos trasplantar un cerebro porque no tenemos las herramientas. Si las tuvieras las herramientas."
Más allá del cerebro
Si la vida ocurre o no ante nuestros ojos en el momento de la muerte es un misterio, pero no lo son los cambios bioquímicos y físicos que sufre el cuerpo. Y éstos "dependen de la edad, de la causa del fallecimiento, de factores externos como la climatología y de si la muerte es natural o violenta", explica el forense Narcís Bardalet. Tomamos como ejemplo un caso de los inicios de su carrera, que cuenta con cerca de 10.000 autopsias: encuentran el cadáver de una mujer en el río en Estella, en Navarra, y Bardalet analiza su estado en el momento de levantamiento del cadáver. "Se trata de una mujer con un relativo estado avanzado de putrefacción, que está enfisematosa, que tiene características de negada, que tiene unas lesiones en manos y piernas", explica en la serie El forense, que se puede ver en el 3cat y que recoge su trayectoria, captada también recientemente por Clàudia Pujol en Los casos más impactantes del forense Narcís Bardalet (Ahora Libros). ¿Qué señales pueden ayudarle a determinar el momento y la causa de la muerte? Entre otros, la rigidez que presentan los cuerpos en las primeras 48 horas; los morados causados por la gravedad de la sangre (que si es una muerte en un medio acuoso no aparecen); una mancha entre azul y verde en el abdomen, que hace que se hinche por la putrefacción a partir de las 48 horas; o, posteriormente, la aparición de ampollas por la descomposición, enumera este forense.
Así es cómo se transforma nuestro cuerpo al llegar al final de la vida, pero ¿cómo se desintegran las células, que son los componentes más básicos? "La muerte celular, generalmente, se produce cuando no existe una aportación suficiente de oxígeno ni de nutrientes", explica Mireia Ortega, divulgadora científica y doctora en biomedicina. Entonces se desencadenan los cambios moleculares, aumenta el calcio y tiene lugar la autolisis, a través de la cual "las células liberan enzimas que provocan su descomposición". Luego, es el turno de las bacterias. Primero de los que conforman nuestra microbiota y que alojamos a nuestro cuerpo, y después de los microorganismos externos. En definitiva, tal y como afirma Ortega, "tu cuerpo se come a sí mismo a escala microscópica".