¿Un verano sin alcohol?

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Dos turistas bebiendo de un cubo con alcohol en Palma.

Estamos en verano, sinónimo de vacaciones y fiesta. De celebrar la vida lejos de las obligaciones. De soltarse. La imagen de la alegría estival muy a menudo la asociamos al consumo de alcohol: cervezas, copas de vino, cava, gintónics... ¡Alegría! El alcohol forma parte de nuestro ocio y nuestra sociabilidad. Somos mediterráneos. Es nuestra cultura. Tanto es así, que ni nos damos cuenta de lo interiorizado que tenemos el consumo de alcohol. ¿Pero qué ocurre cuando alguien se pasa? La frontera entre el consumo moderado y el excesivo, entre lo que puede entenderse como normal y no lesivo y la adicción que se convierte en letal es muy fina. En cambio, la tolerancia respecto a quienes abusan es todavía habitual, hasta que llega un punto que todos salimos perdiendo. Por supuesto, el consumidor alcohólico es su principal y más directa víctima. Le puede acabar costando la vida. Pero también resultan afectados su entorno inmediato –familia y amigos– y, en tercer lugar, el servicio público de salud. Cada año a todos nos cuesta mucho dinero salvar vidas rotas por el alcohol.

Demasiadas personas acaban cayendo en el alcoholismo. Según los datos oficiales que aportamos hoy al ARA, Cataluña está en máximos históricos de tratamientos para desintoxicarse del alcohol. Existen datos desde principios de los años 90 del siglo XX. Por tanto, remontándonos a hace más de un cuarto de siglo, nunca como hoy había habido tantos alcohólicos que reconocen que tienen un problema y que se han puesto en manos de profesionales de la salud pública. Esto significa dos cosas: que no hemos detenido este consumo excesivo y poco penalizado socialmente y, a la vez, que cada vez hay más conciencia del problema y un mejor servicio médico de atención a quienes lo sufren.

Pero la atención médica no lo es todo, ni mucho menos. La solución debe venir de la prevención. El peligro del alcoholismo debe abordarse desde ámbitos muy diversos, empezando por la familia y la escuela y terminando por los servicios hospitalarios. En cada hogar, en cada mesa, debe hablarse abiertamente de la cuestión, especialmente con los jóvenes. La adolescencia suele ser el momento de acceso a un consumo de alcohol mal entendido que, ya de entrada, a menudo acaba en borrachera. Lo mismo puede decirse con otras drogas. El afán juvenil de subvertir las normas es difícil de canalizar, claro: sólo una información consistente, reiterada y vehiculada por ídolos juveniles mediáticos, maestros de referencia, mayores compañeros de escuela o instituto, familiares y médicos, puede ser efectiva en hora de hacer posible una aproximación razonable al consumo de alcohol.

El ejemplo de los adultos, por supuesto, también es muy relevante. Así como poner límites a la presencia pública de bebidas alcohólicas. Ya hay frenos legales a la publicidad, pero debería lograrse una mayor implicación de los propios productores, que deberían ser los primeros interesados ​​en promover un consumo moderado de alcohol. Un compromiso de la industria, haciendo suya la causa contra el alcoholismo, supondría un gran salto hacia delante para frenar esa plaga social endémica. Los precios baratos, comparado con muchos países europeos, tampoco ayudan a ello. Frenar el alcoholismo es cosa de todos. Ahora, en pleno verano, es un buen momento para pensar en ello.

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