El día 9 de noviembre de 2014, el domingo, Catalunya votaba por primera vez sobre su independencia. Ese día coincidía con el 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín, un derribo que se convertiría para siempre en un potente símbolo de libertad. Con la primera consulta soberanista, los catalanes transmitían también su anhelo de libertad, y su determinación por ejercer el derecho natural de las naciones a decidir su futuro colectivo.
Dos meses antes de aquella fecha, los escoceses habían rechazado, por poco, la independencia de su país. En efecto, en septiembre de ese año 2014 Escocia celebró un referéndum, acordado con los británicos, dando un ejemplo de diálogo, negociación, pacto y calidad democrática. El primer ministro del Reino Unido de la época, David Cameron, al ser requerido por las razones que le habían llevado a aceptar el referéndum, respondió: "Porque soy demócrata". La exigencia democrática ocupaba el centro del tablero, y al servicio de esta jerarquía encontraron la forma de adecuar el marco legal.
Los escoceses, en contra de su voluntad mayoritaria, se fueron de la Unión Europea después del Brexit; y Escocia sigue siendo parte del Reino Unido. Los catalanes hemos ejercido dos veces el derecho a decidir, en noviembre de 2014 y octubre de 2017, hemos sufrido una durísima represión que todavía dura, Cataluña sigue sometida al ordenamiento jurídico español, e incluso como resultado de las últimas elecciones se ha perdido la mayoría catalanista en nuestro Parlamento, quedando la suma independentista muy lejos de la mayoría que habíamos tenido. A muchos no nos gusta, pero éste es el punto donde nos encontramos.
Han transcurrido diez años, tiempo suficiente para hacer una reflexión serena, y en el trayecto hemos vivido un montón de vicisitudes, base idónea por haber atesorado experiencia. Con este bagaje, y huyendo de gesticulaciones estorcas, creo que podemos hacer un balance de luces y sombras, con el propósito de que las luces nos iluminen y que las sombras no sean demasiado alargadas.
Las luces que guiaron los primeros años del proceso soberanista, hasta el punto de dibujar un cuadrado de oro, fueron cuatro: movilización ciudadana intensa, persistente y ordenada, transmitiendo energía positiva; un objetivo compartido y bien definido, consistente en la voluntad de ejercer el derecho de autodeterminación como requisito previo a una posible independencia; un camino común, hablado y consensuado, por el que pudieran transitar todos aquellos que perseguían el mismo objetivo; y finalmente un liderazgo de conjunto y no de parto. Los vértices de este cuadrado de oro funcionaron bien, por supuesto que superando mil y un obstáculos, durante cinco años, entre finales de 2012 y finales de 2017. Hoy, de estos cuatro puntos de apoyo sobre los que va pivotar la expansión del proyecto, no queda ninguna consistente. Las movilizaciones han perdido intensidad, el objetivo se ha desdibujado, cada uno ha encaramado su camino y los liderazgos han pasado a ser de parto.
Las sombras no se han borrado, ni las de afuera ni las de adentro. Entre las primeras destaca que, pese a la aprobación de la ley de amnistía, la represión sigue, ahora en forma de negativa a aplicar una norma vigente, publicada en el BOE. Se han ampliado causas penales contra líderes soberanistas. No se ha pasado cuentas a ningún dirigente vinculado con acciones con gran potencial delictivo como la operación Catalunya o el espionaje con Pegasus. Entre las segundas, la incapacidad de reponer puentes y reconstruir confianzas entre organizaciones soberanistas lleva al escenario actual: concentración del poder en manos del Partido Socialista, dueño y señor de la situación. Y, mientras, ERC se desangra en medio de una lucha fratricida y la CUP tiene trabajo para salir del pozo de la historia dentro del que ha ido rodando. Las sombras son el triángulo de Bermudas, en clara contraposición con las luces del cuadrado de oro.
Han pasado diez años, la travesía debería habernos hecho más sabios, y por encima de todo hay que mirar adelante. En esta mirada hacia nuestra proa, la que nos marca el rumbo, deberíamos tener bien presentes los objetivos por los que luchar. Pensando en el conjunto de nuestro país, veo tres que para mí deberían estar en el frontispicio de nuestra labor colectiva: identidad, progreso económico y bienestar social. Sin identidad no hay país; sin progreso económico no hay bienestar; y sin bienestar no existe crecimiento ni dignidad de la persona. Para realizar este trabajo, nuestra caja de herramientas es más limitada de lo que quisiéramos y de lo que necesitaríamos. Conjurémonos para mejorar las herramientas, sacando provecho de la aritmética favorable que tenemos en Madrid. Hacemos buen uso de las herramientas disponibles en cada momento. Y si, en vez de mirar sólo adelante, algún día queremos volver a despegar la mirada, tengamos presente que debemos reconstruir los vértices del cuadrado de oro y alejarnos del peligroso triángulo de las Bermudas.