Salvador Illa durante la primera reunión de gobierno
24/11/2024
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1. He seguido de cerca el balance de los primeros cien días de Salvador Illa como presidente de la Generalitat. Francamente, pocas sorpresas. Ni en su mandato, ni con el atasco mediático que se le está dispensando. En campaña recetó poco ruido, perfil bajo y el aburrimiento político como virtud. Y, en este sentido, está cumpliendo el programa punto por punto. En esta Catalunya mesilla que nos ha quedado, afectados por el choque postraumático del Proceso que sufrimos unos dos millones de ciudadanos, quizás incluso es lo que convenía. Tranquilidad política. La somnolencia más absoluta. Este que día pasa año empuja, de gestoría aseada, quizá no sea un mal remedio. Pero de la financiación singular, que sirvió para tener los votos independentistas para ser investido, ya no se canta ni gallo ni gallina. Del catalán a Europa tenemos una foto con la presidenta Roberta Metsola, un puñado de palabras amables y un trecho en la olla. Como promesa estrella de la legislatura, Illa asegura que creará 50.000 viviendas públicas hasta 2030. Objetivo loable. De la realidad palpable hablaremos en seis años.

2. Mediáticamente, a Isla se le ha puesto la alfombra roja, se le ahorra la crítica y se le concede un margen de clemencia suficientemente insólito para los tiempos que corren. Ciertamente, el PSC ha tardado catorce años en recuperar la Generalitat y tal vez no hay que ajustar cuentas ni en 100 días ni en 300, con alguien que llega tan de nuevo. Pero éste es –aunque no lo parezca– un gobierno en minoría, apeado por unos apoyos muy débiles y que va de la mano con las agonías aritméticas que aguantan Pedro Sánchez en Madrid. En pocas palabras, del gobierno de Aragonès se destacaba cada día que estaba en minoría, que la estabilidad se tambaleaba por la falta de apoyos y que no podría aprobar los presupuestos. De momento, los primeros presupuestos de Isla tampoco estarán listos para el concierto de Fin de Año. Pero no ocurre nada.

3. Isla no resbaló con el aceite de Jaén. Cada paso está estudiado. Simplemente, está ensanchando la base de posibles votantes e intuye en qué sectores puede crear complicidades. La clave es que nadie le vea como un enemigo. Por el contrario, la estrategia es plantar los dos pies en la centralidad y quedarse. Por eso se reúne con Jordi Pujol y, en Bruselas, se emociona con Lluís Puig. Pero no quiere ver a Puigdemont, que estuvo a punto de estropearle la investidura. También esto está pensado.

4. En tan calculada táctica, no se entiende que en casi cuatro meses de gobierno Salvador Illa se haya olvidado de los escritores. Tras tres meses esperando ser relevada, Izaskun Arretxe ha cesado, a petición propia, como directora de la Institución de las Letras Catalanas. Después de tres años de muy buen trabajo –en calidad, en cantidad y en tacto–, vuelve a su plaza en el Institut Ramon Llull. Con el gesto de plegar de Arretxe, ya publicado en el DOGC, se espera que finalmente llegue el nombramiento que Isla, y la consejera de Cultura, Sònia Hernández, están retrasando de forma incomprensible.

5. Una Institución que funciona bien no puede entrar en vía muerta. La promoción de la literatura catalana, el fomento de la lectura y el apoyo a los escritores son tareas que, desde hace años, se están haciendo muy bien. El nuevo gobierno socialista ya se envolvió, de entrada, pasando la Institución de las Letras Catalanas y el Institut Ramon Llull en el nuevo departamento de Política Lingüística. La marcha atrás, después de la polémica, fue un síntoma de sentido común. Ahora lo que hace falta es acertar los nombramientos y reforzar liderazgos para que la rueda siga girando. Falta un año justo para que Barcelona y sus autores sean los invitados en la Feria de Guadalajara. No puede perderse ni una semana más.

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