Las prioridades de la clase política se intuyen en campaña electoral y se contrastan a lo largo de cada legislatura. Sin embargo, las personas que sufrimos racismo en Catalunya comprobamos cómo nuestras demandas pasan desapercibidas para los partidos políticos convocatoria electoral tras convocatoria electoral. Yz, por desgracia, esta realidad ya no supone ninguna sorpresa para nosotros. Considerando la naturaleza transformadora del antirracismo y las condiciones sociopolíticas de las personas racializadas en nuestro país, su asunción como política pública requiere unos partidos y actores políticos que respondan a una vocación de servicio público que huya intencionadamente del cálculo electoral.
Los partidos políticos son conscientes de que el electorado catalán se divide entre los que ignoran la existencia o el significado del antirracismo y aquellos que, entendiendo lo que conlleva, no echan de menos la asunción de las tesis antirracistas en los programas electorales. Y esta realidad se da no por voluntad del electorado catalán, sino por unas dinámicas institucionales excluyentes que se traducen en trabas burocráticas que impiden que las personas racializadas podamos convertirnos en ciudadanas de pleno derecho en Catalunya, con poder de decisión sobre quién gestiona los impuestos que pagamos. Precisamente, asumir el antirracismo como lucha política conllevaría, necesariamente, el reconocimiento de este y otros agravios estructurales que emanan de una idea de superioridad de un grupo de ciudadanos sobre otros, y que se manifiesta, en el campo institucional, mayoritariamente a través de omisiones de actuaciones de quienes podrían paliar estos abusos.
Porque en un sistema que naturaliza las violencias hacia las personas racializadas los sujetos políticos que no cumplen con la obligación de trabajar para erradicarlas se convierten consiguientemente en cómplices. En este sentido, la dimensión estructural de las violencias que sufrimos las personas racializadas en Catalunya exige una determinación clara de los actores políticos a favor de las tesis antirracistas, implicando a las personas afectadas en la elaboración y ejecución de las políticas que emanen.
Entonces, si no te hablan de antirracismo en esta campaña, ¿de qué te hablan los partidos políticos cuando aluden a las personas que padecen racismo? Lo hacen mayoritariamente en dos sentidos. Quienes dedican más tiempo hablan de ello en clave securitizadora, amenazando con imponer consecuencias penales diferentes a las personas extranjeras que reincidan; y el resto son cómplices necesarios al asumir estas tesis y negarse explícitamente a cerrar cualquier opción de colaboración con los primeros. Cierto es que tenemos grupos políticos que recogen algunas demandas del antirracismo entre sus propuestas; sin embargo, es igual o más cierto que hace tiempo que estos grupos han dejado de liderar el debate sobre las personas extranjeras en nuestro país, han perdido la ofensiva y se limitan a la defensa discursiva de estas propuestas.
En un panorama como el descrito, la falta de derecho a voto se erige como principal fuente de desigualdad política. Las personas extranjeras que viven y tributan en Catalunya, y que se ven privadas de este derecho, representarían a más de un 17% del censo electoral si figuraran en él. Una incidencia de esta magnitud en la escena política dotaría de bastantes fuerzas a este colectivo para obligar a la clase política a trabajar para erradicar violencias como la segregación escolar y urbana, las detenciones policiales por perfil racial, el racismo inmobiliario o la alta presencia de personas racializadas entre la población penitenciaria o en situación de pobreza.
Mientras, si nuestra lucha como personas racializadas no atrae a la clase política porque no constituimos ningún rédito electoral, nos queda seguir remando en la única dirección que nos dejan: la lucha organizada para hacernos valer. Porque no tenemos que ser ingenuas: el antirracismo, como todas las luchas contra las violencias estructurales, existe a pesar de las instituciones políticas.
Para resumir, si no te hablan de antirracismo es porque hacerlo implicaría reconocer que vivimos en un sistema racializador, y que las personas afectadas nos desarrollamos en unas condiciones socioeconómicas nefastas que derivan de él, condenándonos a una precariedad crónica sin la que determinados privilegios peligrarían.