No hay mayor alegría para un barcelonista que ver al capitán del Barça levantando una copa. Bueno, sí, la alegría es aún mayor si la final ha sido ante el Madrid, con una primera parte que comienza con remontada y termina con goleada. Por cierto, el Barça ha logrado un parcial de 9 a 2 contra los blancos, de momento, esta temporada.
Mbappé se lesiona y el árbitro deja que lo abonen en medio del campo y no en la banda. Pasan las décadas y un patrón arbitral se repite: de esa final pasará a la historia que Gil Manzano no pitara inmediatamente penal cuando Camavinga le clavó los tacos en el muslo a Gavi y hubiese sido necesario que le avisaran desde el VAR. La cara que hacía el árbitro cuando iba a ver la repetición era ya un poema, pero la pose de condenado que hizo cuando señaló el penalti fue el de "lo siento, pero no he tenido más remedio".
El dominio de Lamine Yamal en la jugada del 1-1 fue insólito. Como si parara el tiempo y los rivales, se plantó ante Courtois y la puso suave, suave, lejos de su alcance. El salto que dio Raphinha con el remate del 1-3 es digno de póster. El 1-4 de Balde en el último minuto de los nueve de añadido(!) fue el mundo al revés. Era el Barça quien marcaba en el descuento.
Había un título en juego y el Barça lo consiguió deshaciendo su juego y desactivando a sus estrellas con tanta autoridad que el Madrid jugó media hora con un hombre más y no se notó mucho. Cinco goles en el Madrid es la cifra mítica, que conecta a este Barça en proyecto con insignes antecedentes y tiene una carga de confianza y de respeto para la parte final de temporada que permite soñar. Pero, de momento, el 2-5 con el que nos hemos levantado esta mañana es real.
