En 1998, Anthony Giddens publicó La tercera vía: la renovación de la socialdemocracia (la traducción catalana es de 1999). Tony Blair, entonces primer ministro británico, parecía decidido hacerla efectiva. También se refería a ello Schröder en Alemania. Incluso Clinton o Jospin apelaban de vez en cuando al concepto. El 8 de junio de 1999 Blair y Schröder hicieron público en Londres el manifiesto Europa, la Tercera Vía y el Nuevo Centro. La cosa iba de un aggiornamento de la izquierda, obviamente. Consideraban que esta ideología era inviable porque estaba anclada en viejos dogmas que habían fracasado siempre, fueran cuales fueran las circunstancias en las que se habían puesto a prueba. Hacía 10 años de la caída del Muro de Berlín, Al Qaeda era todavía una amenaza inconcreta y las expectativas del cambio de siglo y de milenio parecían razonablemente buenas. En Europa todo estaba preparado para la implantación de la moneda única el 1 de enero de 2002. Rusia no daba problemas, la presencia neocolonial de China en África era todavía testimonial y el suministro de gas y petróleo funcionaba con normalidad. Parecía un momento idóneo para rebarnizar la socialdemocracia. La necesaria revisión crítica de los desgastados conceptos de derecha, izquierda y centro, sin embargo, se había convertido en un ejercicio intelectual de alto riesgo que implicaba descalificaciones severas. La más banal y primaria decía que negar la distinción entre derechas e izquierdas era de derechas.
Había llovido mucho y las ideologías se transformaron más bien en packs ideológicos: sedimentos estratificados por la inercia de contingencias históricas, a veces sin demasiada coherencia. Sostener aquellos packs a las puertas del siglo XXI era muy incómodo, supongo, y quizá por eso –solo por eso– el hasta entonces desacreditadísimo concepto de centro volvió a reavivar con fuerza, aunque travestido con ideas tan nebulosas y fantasmales como las de la Tercera Vía. No se sabe exactamente si la expresión provenía de una metáfora ferroviaria o de la teología de Santo Tomás (la Tercera Vía tomista se basa precisamente en la noción de contingencia) pero ya había sido empleada por Mussolini en 1922 para dejar clara su equidistancia entre el liberalismo y el marxismo. El caso es que hace 25 años todo el mundo parecía querer recorrer ese camino enigmático. ¿Era una verdadera propuesta ideológica o una estrategia retórica golosa en un contexto como el que hemos descrito al principio?
En realidad, la cuestión de fondo era otra: ¿qué es el centro? Nadie la formulaba, sin embargo, porque entonces el concepto se consideraba demodé. ¿Y qué es, el centro? La respuesta suele basarse en símiles geométricos, en la equidistancia entre dos puntos extremos y cosas similares. Probablemente, el centro de hace 25 años y el de ahora sean una redundancia estadística. No se refieren a una ideología concreta, sino a una mentalidad difusa compartida por un estrato estadísticamente significativo de la población, que a menudo se identifica con una generación concreta. La Tercera Vía era eso, más o menos: un centro residual, pero en modo alguno ideológico –es decir, una confluencia casual de mentalidades–. Pero la Tercera Vía era también una capitulación ideológica: Tony Blair hizo una descalificación taxativa de la célebre escuela Summerhill, por ejemplo, que en otros tiempos fue un símbolo de la pedagogía progresista. Tanto los de izquierdas desencantados por la inviabilidad del Estado-Providencia como los derechistas neoliberales escaldados por la posible dureza de un sistema que podía acabar renunciando al paraguas protector del Estado-Aduana (Vía Dolorosa/thatcherista) acabaron convergiendo en aquella entelequia llamada Tercera Vía. En cualquier caso, el proceso era incierto y podía llegar a transfigurarse por completo una vez definidas con claridad las relaciones entre los mercados europeos, asiáticos y americanos. Y así fue: la retórica de la Tercera Vía se desplazó al poco tiempo al lugar que le correspondía, un centro borroso y metafórico, vacío de contenido y sin recorrido. Otro centro, por supuesto, al menos en el sentido que hemos especificado antes: una redundancia estadística basada, en este caso, en la suposición de una clase media sobre la que algunos pretendían edificar una nueva política. El 8 de junio de 1999, cuando Blair y Schröder presentaron en Londres el manifiesto Europa, la Tercera Vía y el Nuevo Centro, las clases medias aún existían; ahora solo son parodias basadas en el mundo low cost. Deberíamos empezar a consumar la cuarta vía, quizás: vivir definitivamente dentro del móvil y salir solo para comer y defecar.