Admirado doctor Argimon, he oído que decía que para abril, que es cuando florecen los rosales y las novedades literarias, quizás cambiaremos el protocolo de la enfermedad que nos tiene, ahora, confinados siete días en casa. Ay, qué nervios, tú.
Pero, doctor, doctor... Hay un dicho que dice que no dejes para mañana aquello que puedas desconfinar hoy. De aquí a abril nos habremos pasado, entre una cosa y la otra, un mes sin ir a trabajar. Los siete días de nuestro confinamiento propio, los del niño menor número uno, los del niño menor número dos y el nuevo confinamiento del menor número uno. ¿Por qué? Le pongo mi humilde ejemplo. Porque si la menor que tutelo coge la enfermedad (siete días en casa) y una vez recuperada vuelve a clase, pero entonces también cogen la enfermedad cinco compañeros suyos, ella tendrá que confinarse de nuevo. Y con ella, yo. Podría confinarse mi esposo, pero no se lo aconsejo, porque es maestro. Entonces tendría que venir un sustituto, y si el sustituto se pusiera enfermo, un sustituto del sustituto. Y así ir tirando.
Por otro lado, admirado doctor, encuentro que un poco de incentivo nos tendría que dar a los que ya podemos lamer barandillas y no hemos ido al CAP colapsar, tal como usted nos dijo. Nos hemos pasado siete días en casa, como unos vagos. Nos hemos aislado, pero no mucho, porque nuestra casa no es Versalles y tampoco podemos ir limpiando la taza del wáter cada vez que vamos. Ya que ahora, una vez negativos de nuevo, no nos podemos contagiar de la enfermedad y es difícil que la contagiemos, porque tenemos carga vírica inexistente, nos podría regalar tres días de ir por la calle sin mascarilla . Me pasa una cosa muy loca, doctor. Ver bocas de desconocidos ya me da más vergüenza que ver culos y pechos.