La abstención independentista

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Junqueras y Puigdemont en el pleno de ayer.

Si sólo fueran las elecciones europeas, rai. Los resultados de este domingo hacen muy mal comparar con los del 2019. Entonces había presos políticos y las elecciones se celebraron quince días después del visto para sentencia de Marchena en el Supremo, y blindar a Puigdemont con el escaño de eurodiputado era un reto urgente que fue asumido con entusiasmo popular. Hoy, esa tensión ha aflojado, aunque quizá regrese, porque el bloqueo a la amnistía (golpe de estado encubierto, dice Llach) del nacionalismo español político, jurídico y mediático no augura una solución civilizada.

Pero no, no sólo son las europeas: Junts y Esquerra se han dejado cientos de miles de votos en el año que va de las municipales a las españolas, a las catalanas ya las europeas. Son claves en el Congreso, tienen margen de maniobra en el Parlament y fuerza municipal, que no es poco, pero hace ya un año que las urnas les dicen lo mismo: han perdido la conexión con un grueso importante de los electores. Dado que la tensión represora del Estado no es tan escandalosa, parece que la amnistía, conseguida por Esquerra y Junts, haya sido un mal negocio. De ninguna manera: si finalmente se aplica, la amnistía hace justicia y ha sido un éxito político de Junts i Esquerra. Lo que más gente deja en casa es la división irreconciliable, y como tanto Puigdemont como Junqueras creen que todavía hay partido, o encuentran la forma de cambiar de planteamiento o el PSOE y el PSC lo seguirán teniendo más fácil para parecer los más listos de la clase.

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