Acabar con la repugnante violencia machista

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Qualsevol acto intimidador contra las mujeres tiene que ser aislado, cortado por lo sano

La violencia machista no admite medias tintas ni matices. La única actitud posible ante esta plaga que viene de lejos y que por desgracia está lejos de extinguirse es la de tolerancia cero, la de una radical y frontal denuncia, la de un trabajo colectivo para evitar que se produzca y, cuando pase, para condenarla con contundencia. Cualquier acto intimidador contra las mujeres tiene que ser aislado, cortado por lo sano. La violencia puede ser psicológica, física, cibernética y sexual. Desde principios de año se han atendido en Barcelona al doble de víctimas de agresiones sexuales en grupo que en 2019. Y también este año los Mossos han dado protección a un 38% más de mujeres que el año pasado. 

La inercia secular de una sociedad en la que los hombres han tenido –y en buena parte todavía tienen– privilegios que se dan por descontados tiene como consecuencia extrema el abuso de poder en términos físicos, en los peores casos hasta el feminicidio. Este 2021 en Cataluña ha habido 7 de reconocidos por la policía y 5 más según los criterios del Instituto Catalán de las Mujeres. Es este conjunto de 12 víctimas las que recordamos al diario con un dossier donde damos testigo de sus vidas segadas. Lo hacemos para que su tragedia sirva para algo tangible en un contexto en el que, por un lado, hay más conciencia y empoderamiento feminista que nunca y, por el otro, como efecto de rechazo ideológico, el auge de la ultraderecha está blanqueando el viejo y agresivo machismo de siempre.

Para derrotar las palabras negacionistas que quieren minimizar la violencia machista no basta con buenas palabras políticamente correctas. Hacen falta políticas públicas claras y medios (presupuestos) efectivos. Hay que incidir en este gravísimo problema a través del mundo educativo y de los medios de comunicación. Y hay que garantizar la seguridad de todas las mujeres, sean niñas, jóvenes o mayores. Porque en pleno siglo XXI, a pesar de los adelantos en la visibilización de este agujero negro, a pesar del Me Too, a pesar de las movilizaciones, para una mujer salir sola a la calle de noche sigue suponiendo asumir un riesgo para su integridad física. Su seguridad y su libertad, pues, no están garantizadas. En más o menos grado, en algún momento u otro de la vida todas las mujeres han sufrido algún tipo de agresión, sea por parte de su pareja o no, sea dentro de la familia o fuera, en el entorno laboral, en el ocio, en todas partes. Es una realidad que ha sido normalizada durante demasiado tiempo. Por eso sigue entre nosotros y por eso cuesta tanto de erradicar. Estamos ante una dura situación que tiene que quedarnos claro que, como sociedad, consideramos directamente despreciable. El compromiso por acabar con ello no puede ser sino una prioridad. 

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