Si ve gente mirando hacia arriba no es que no quieran mirar abajo: es que el aceite siempre va encima. La verdad flota como el aceite. El precio del líquido sube. Ya va camino de la mesosfera. Y espera. Mirad. Esto ya no es una balsa de aceite. Y hemos bebido aceite. Y quizás también ácido clorhídrico. Esto ya ha dejado de ser aceite en una lámpara. Quizá llegue a la ionosfera. Y se encontrará con los cohetes siderales. Sí, así nos vamos a quedar: mirando al espacio. Sufriendo tortícolis crónico. Pero con el aceite hay que realizar el esfuerzo de mirar al suelo.
Si estos próximos días y semanas no tiene ningún zorro para disecar, o su vida no tiene sentido, vaya a ver cómo cosechan aceitunas. De esos arboleros de color verde antiguo. No se siente nada. Sólo los peines (rasclets) desnudan sin parar los olivos. Y las aceitunas cayendo como paracaidistas a cámara rápida en un suelo de borrazas. Y esas sacas viudas sobresaliendo en medio de los rangos esperando que se las lleven al molino. Todo esto lo hacen personas con anoraks de colores fosforescentes blanquecinos. Y forros polares manchados de gasoil y deshilachados de las mangas. Pantalón ancho pinchado de bolitas de mil lavadas. Vinieron un día aquí de Mali o Camerún. Y algunos trabajan con el campesino. Otros hacen horas los fines de semana. Pero muchos ya prefieren cobrar en base a la cosecha. Quieren aceite. Pero quizás ya no para mojar la rebanada de hoy sino la de mañana.
Estos chicos de treinta y cuarenta años vienen los fines de semana con sus hijos. Que también cosechan aceitunas. Niños de 10, 12, 14 años. Hace 20, 30, 40... años estos niños eran los hijos, los sobrinos del campesino. Y mientras los de 10, 12, 14 "de aquí" hoy están en casa mirando una musaraña virtual, o jugando a fútbol sólo por querer ser ricos, famosos, millonarios..., estos otros, por obligación-educación, cosechan aceitunas . Claro que no saben por qué lo hacen. Porque les dicen, ave, hacia aquí. Pásate el sábado y el domingo así. Pero en unos días, unas semanas, tendrán la casa llena de garrafas de aceite. De lo mejor. Y se le venderán y se lo comerán. Y los demás ni podrán venderlo ni se lo podrán comer como ellos. Y así volvemos a la cabeza de la calle. A mirar hacia arriba.
El futuro ya se ríe de las frases hechas. De los refranes y de tanta burra institucionalizada y socializada. Mientras algunos perturbados vegetales de encefalograma plano leerán esto y ya querrán denunciar a los padres, para llevar a chavales a trabajar sin contrato ni relaciones laborales pactadas con los olivos y contra la explotación de la madre tierra, lo que está pasando es que la realidad está cambiante: la frase hecha, y la rebanada hecha, de decir “esto es de poca monta” pasa de no tener ningún valor a ser el valor de todo. Valor y valores. Sube el aceite y bajan los valores. Caen las aceitunas y sube la ignorancia líquida y material y total. El futuro será de lo que sabe lo que es un olivo.
Una cosa es una aceituna y otra una idea de una aceituna. No es lo mismo poder morder una aceituna que querer (y no poder) joder bocado a una aceituna. Más aún: no saber que el aceite sale de los olivos. Y es más de más: no querer entender la importancia de los olivos, del aceite, de la comida... Porque quien tiene la sartén por el mango maneja el aceite allá donde quiere. Y ahora mismo ni sartén ni aceite. Ni nada. Estamos pasando de que decir “haber bebido aceite” ya no significa no tener remedio, que no hay nada que hacer, sino que es una suerte, un milagro. Pregúntese cómo es que estos árboles, estos olivos, lo aguantan, lo dan todo. Y nosotros no aguantamos y no sabemos nada. Humanamente, tecnológicamente, espiritualmente están a años luz de nosotros. Están en el cielo.