Si uno no quiere que se rían de sus metáforas, debe procurarse que las metáforas no sean, de entrada, risibles. Sentir al secretario de Transición Ecológica de la Generalitat, Jordi Sargatal, afirmando que la solución para ampliar el aeropuerto de El Prat sin cargarse los humedales de la Ricarda pasa por hacer “un aeropuerto para pájaros” hace venir una risa irónica. La cuestión es compleja, y arrastra una controversia larga y técnicamente densa. Pero, tal y como se ha explicado últimamente, resultaba que era tan fácil como cambiar pájaros de sitio.
Lo único que separa este planteamiento (y la metáfora del aeropuerto para pájaros) de la pura frivolidad es la trayectoria del propio Sargatal, un naturalista y ornitólogo de prestigio, autor de publicaciones de impacto internacional sobre esta materia. Que Sargatal defienda la ocurrencia de un “aeropuerto para pájaros” no es ciertamente lo mismo que lo haga una tertuliana capaz de decir, sin ruborizarse, “¿qué queremos, patos o aviones?”. Sin embargo, ni los prestigios profesionales más sólidos están libres de caer en la complacencia, el autoengaño y la retórica de querer agradar a todo el mundo. Las operaciones win-win suelen ser engañosas: casi siempre la única ganancia es para la parte más fuerte del conflicto, mientras que la menos fuerte se lleva la apariencia de una ganancia. O nada.
En el proyecto de la ampliación del aeropuerto de El Prat, la parte menos fuerte es el bien común, mientras que la fuerte es Aena. Como contaba hace unos días uno artículo de Albert Martín en este diario, ahora están alineadas en el proyecto las diversas administraciones implicadas, todas bajo control socialista (gobierno de España, gobierno de Catalunya, Ayuntamiento de Barcelona y la propia Aena, cuyo presidente es Mauricio Lucena, procedente del PSC). También están, además, las patronales CEOE y Foment del Treball, así como la industria del turismo de masas y el negocio de la especulación inmobiliaria global. Es fácil imaginar hasta qué punto les importan, a los poderosos que dirigen estas grandes masas de dinero, los humedales de Ricarda, la biodiversidad, las políticas para combatir el cambio climático y el aeropuerto para pájaros del secretario Sargatal.
Dice que proveerán diez hectáreas de espacio natural para cada una dañada: muy dudoso, porque el tejido medioambiental no se implementa como si fueran tramos de pavimento asfaltado. No hay ningún motivo para confiar en ninguna promesa de Aena, que ha demostrado más que sobradamente ser una máquina de triturar territorios en beneficio de intereses muy y muy concretos. Barcelona tiene un aeropuerto que recibe a 50 millones de turistas al año, y si pasa a recibir 70 o 80 millones, todos los problemas derivados de la masificación no harán más que incrementarse. El ejemplo paradigmático, como siempre, son Baleares, y concretamente Mallorca, una isla aplastada por su propio aeropuerto. Barcelona va por el mismo camino. Algunos han decidido volver a los años ochenta y noventa, los años de los pelotazos urbanísticos, el ladrillo y el turismo. O quizás nunca se han movido.