Que la primera reacción de la Comisión Europea a las protestas transnacionales de los agricultores haya sido recular en las políticas medioambientales –particularmente, en la regulación del uso de los pesticidas– no es buena noticia. Ya se entiende que los agricultores europeos (franceses, catalanes) no pueden hacer uso de los pesticidas que sí se utilizan en Marruecos y en otros países, lo que genera una competencia desleal. Pero la respuesta a este problema no debe ser desmontar la Agenda 2030 que la propia Comisión promulga. Menos aún, en plena sequía y tocando con las manos las evidencias del calentamiento climático. La política europea cede con excesiva facilidad a los postulados de la derecha y la extrema derecha, y el resultado lo veremos en las elecciones de junio.
Lo que no debería ocurrir, social y políticamente, con las políticas medioambientales es lo que sucedió con la vacunación, que de repente se convirtió en el asno de los golpes de los vehementes (y falsos) partidarios de la supuesta incorrección política . Si ahora resulta que querer evitar los perjuicios que causan los pesticidas es un dogmatismo, una actitud hipócrita y contraria a la libertad, una tontería woke y todo el repertorio habitual de la derecha que va de lista, no sólo no estaremos solucionando los problemas del campesinado, sino que los agravaremos. Es difícil competir con precios desleales, pero es aún más difícil producir en tierras trituradas por la especulación, o en zonas húmedas salinizadas por la sobreexplotación de los acuíferos, todo siempre al servicio de otro monocultivo invasor y tóxico, que es el del turismo de masas.
Estos días, políticos y tertulianos de todos colores han challado duro compitiendo para ver quién daba más la razón a los campesinos, y por quien hacía ver que se solidarizaba con más énfasis. A la mayoría de estas voces de calor en realidad les importa poco el campesinado y no saben nada, pero perciben el aura de prestigio, la dignidad antigua que acompaña (merecidamente) a los trabajadores de la tierra, y quieren apuntarse 'hi. Al final, como suele ocurrir, palabras y promesas huelgas, como las del consejero de Acción Climática, David Mascort, que se limitó a empujar el balón adelante prometiendo una reunión con el sector “en diez o quince días” a cambio de que tuvieran la bondad de sacar a los tractores de la vía pública y de su vista. Mientras, en la Meseta, en el PP y Vox, para no variar, también, les ha faltado tiempo para subirse a los tractores patrióticos, cargados de banderas españolas y de proclamas contra el gobierno de España y los catalanes terroristas, todo mezclado de cualquier manera.
Es imposible no compartir las reivindicaciones de los campesinos: protección del sector primario, que es fundamental para nuestra viabilidad como especie, justicia en los precios y reducción de una burocracia abusiva y delirante, una plaga que se es extendido en todos los niveles de la administración. Pero harían bien en vigilar quién quiere hacer ver que les ayuda a sostener sus banderas: declararse apolítico, como hacen muchos campesinos, es sólo dar espacio y fuerza a los señores y señoritos de siempre.