Ya hace una semana que ha muerto el actor Matthew Perry y todavía noto una tristeza indefinible cuando pienso en ello. No es, obviamente, el desconsuelo que me invade cuando pienso en uno de mis amigos muertos antes de tiempo, es solo una aflicción difusa que me nubla unos instantes. Como si ahora me dijeran que ya no podré reunirme nunca más con ese grupo de amigos con los que compartí tantos momentos buenos en una época determinada de mi vida.
Por lo que he visto estos días en las redes, hay cantidades ingentes de personas, en todo el mundo, que comparten esa sensación. Da un poco de vergüenza: al fin y al cabo, no conocíamos personalmente a Matthew Perry; al fin y al cabo, estamos llorando a un personaje de ficción.
El ocurrente Chandler Bing era –no se me ocurre mejor manera de decirlo– lo que cuando éramos pequeños llamábamos un amigo imaginario. Los Friends, aquellos seis jóvenes que compartían vida en Nueva York, eran el grupo de amigos que nos gustaría tener. Queríamos sentarnos en el sofá del Central Perk para pasar un rato al salir de trabajar. Queríamos jugar a juegos de mesa con ellos en ese piso de la pared de color violeta.
En mi caso, como en tantos otros, estoy segura, Friends me hizo compañía en momentos oscuros, cuando estaba triste y me encontraba mal, y sus sonrisas generosas y los diálogos chispeantes me distraían de todo lo malo, de la realidad desaveniente.
Esto no era solo mérito de Matthew Perry, no hace falta decirlo: un ejército de actores y actrices, guionistas, directores y técnicos en estado de gracia crearon una serie que duró diez años y que será de las más vistas de la historia de la ficción televisiva.
Los personajes de ficción, a veces, pueden convertirse en amigos imaginarios que, en un determinado momento, saben consolarnos mejor que los amigos de verdad, que quizá no tienen tiempo o no saben cómo hacerlo. Me ha pasado a menudo con personajes literarios, pero con la muerte de Chandler me he dado cuenta de que estos, los que solo tienen vida en el papel, no morirán nunca. Los personajes del audiovisual cobran vida a través de un cuerpo y de un rostro, de una voz, de una forma de hacer, y cuando el actor o la actriz que los ha interpretado se va, el personaje muere un poco.
Sí que podremos ver los episodios de Friends tantas veces como queramos, pero sabremos que eso ya no existe, que uno de ellos ya no está, y quizá las réplicas agudas y divertidas de Chandler se nos vuelvan agrias a media carcajada.
He visto que Matthew Perry había dicho explícitamente que, cuando muriera, no quisiera que lo recordaran como el Chandler Bing de Friends. O no solo. Lo siento, Matthew: no hemos respetado tu deseo. Pero era una petición realmente difícil de cumplir.
El humor es algo muy importante, quizás más de lo que pensamos. Añoro a algunos amigos queridos cuando echo de menos sus salidas irónicas o cuando imagino qué comentario sarcástico harían ante determinada situación más de lo que echo de menos su faceta más seria o reflexiva.
Estos días habría querido poder abrazar a Rachel y Ross, Monica –que estará destrozada–, Phoebe y Joey (¡pobre Joey!, ¡cómo lo echará de menos!). No hablo de los actores del reparto (que estarán tristes, sí), quisiera ir al Central Perk, encontrarlos allí sentados, llorando la muerte de su amigo, y sentarme con ellos un rato.