Los parámetros que definen los momentos políticos cambian y ponen en evidencia las debilidades de los distintos actores. La realidad va muy rápido y se pasa de la euforia a la decepción, sobre todo cuando se ha ido más allá de las propias fuerzas. Y la decepción en política se traduce en desmovilización social y en interminables peleas entre las familias de cada casa.
Con el independentismo en plena resaca, cuando el viento ya se ha llevado las grandes palabras que determinaban la cohesión, emergen las diferencias. En Esquerra Republicana ya se ha abierto una crisis sin fondo, que finalmente ha servido para confirmar lo que ya sabíamos: que, por muy impenetrable que parezca el personaje, por ahora Oriol Junqueras sigue teniendo a todos sus adversarios a mucha distancia. Y será él quien tendrá que torear el futuro de un partido a punto de tocar fondo antes de emprender la remontada.
Junts, por otra parte, está en un fantasioso callejón sin salida, con apelación permanente a Carles Puigdemont como tótem para contener la inevitable explosión que tarde o temprano debe llevar a la coalición a volver a ocupar el espacio de la derecha catalanista. Y cuanto más tarde, peor será su destino. La lenta salida de Puigdemont tiene ahora mismo atrapado el futuro de una mezcla que necesita abrir las compuertas y derribar tabúes para que alguien pueda dar un paso adelante.
Salvador Illa ha captado la coyuntura y de momento es el que sale ganando, con la presidencia de la Generalitat como plataforma. Después del estruendo, moderación. Este es su simple razonamiento, que cuadra con su perfil de discreción y que está poniendo sobre la mesa sin tapujos, desplazando sensiblemente al partido socialista hacia el espacio de centro, haciendo suyos algunos de los argumentos conservadores y utilizando su condición cristiana como un valor para determinados sectores sociales. Con el reconocimiento a Jordi Pujol y la aproximación a todos los demás presidents, deja claro que las instituciones son de todos y que nadie tiene derecho a patrimonializarlas. Tras las turbulencias, moderación. Y de momento no hay señales de que le lleven la contraria.
Illa ve en esta estrategia la posibilidad de consolidar al PSC en la centralidad del país. ¿Cómo lo recibirá el electorado de izquierdas, que aún existe? Quizá Illa confía en que los comuns capturen voto de izquierdas que se le pueda escapar, aunque no viven el mejor momento. En este tiempo de radicalización de la derecha, los socialistas parece que, aquí y en Madrid, ven futuro tendiendo la mano hacia el centro, aprovechando que las derechas están cada vez más atentas a los impulsos de la extrema derecha. ¿Se puede tirar de la manta hacia un lado sin dejar a la intemperie el otro?