Dentro de la colección de los chistes sudados está aquel del maestro que pregunta: “¿De dónde sale la leche?”, y el alumno contesta: “De la botella”. Con el tiempo descubrimos que, con más de la mitad de la población viviendo en el área metropolitana y no habiendo visto ordeñar una vaca en su vida (ni probablemente habiendo visto una vaca con sus propios ojos), la relación vaca-leche o vaca-leche-mantequilla no era tan evidente para el común del personal, al menos en su tierna infancia, y que el chiste tenía algo real como la vida misma.
Me ha hecho pensar en ello el ejemplo de un padre y un hijo en el autobús. La pregunta de la criatura era cómo es que de un vegetal con un tronco tan redondo salen muebles tan planos y tan rectos como una mesa. El padre ha salido adelante. La pregunta del tronco ha llevado al carpintero, al trabajo manual, a las herramientas y las máquinas, al diseño, a los tipos de madera y al tiempo necesario para que crezca un árbol, y bastaba con ver la cara del chaval para darse cuenta de que se le estaban abriendo nuevas carpetas.
La conversación ha ido derivando hacia otras áreas de interés, básicamente relacionadas con los objetos que iban desfilando frente a la ventana del bus. Era uno de esos momentos tan únicos en los que una criatura se entrega con confianza para que se lo cuenten todo, y cuanto más (y mejor) se lo cuenten, más quiere saber, porque todo le viene de nuevo.
Y aún algo mejor: le aparecía el valor de las cosas y de los trabajos que hay detrás de lo que damos por sentado, que es una lección fundamental de respeto a la naturaleza ya los seres humanos, en esta época en la que parece que nada tenga valor.