El articulismo (homenaje a Joan B. Culla)

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Juan B. Culla.

Aparte de compartir esta página del ARA, tuve la satisfacción de coincidir muchas veces con el admirado Joan B. Culla i Clarà en la radio o en la tele. Muy a principios de la década de 1990, también compartimos escalera (en el número 4 de la exiguo calle dels Segadors, en Sant Andreu, junto a la plaza de Orfila; en el ascensor siempre nos hablamos de usted). Como bien decía el otro día Toni Güell, Culla ya es un clásico, y como clásico es necesario tratarlo. Aparte de historiador y profesor universitario, ha dejado una huella decisiva en el articulismo catalán, tanto cuando escribió a lo largo de muchos años en El País como en el AHORA. Hoy hablaremos de articulismo, pues, y trataremos de resumir nuestra forma de entender el género en cinco puntos.

Primero. Un artículo de opinión no es una opinión. Opiniones tiene todo el mundo, incluso los imbéciles. La capacidad de entregar puntualmente un artículo a lo largo de décadas y explicar de forma comprensible cosas sustanciales e interesantes, en cambio, no está tan bien repartida. Joan B. Culla defendió con vehemencia algunas ideas sobre, por ejemplo, Israel o el neolerrouxismo que agradaron a algunos e irritaron a otros. En cualquier caso, siempre fue más allá de la exposición de una opinión. Aunque fuera a regañadientes, incluso sus detractores admitían que era un articulista brillante. Recuerdo, hace muchos años, polémicas importantes con Félix de Azúa, por ejemplo. Por muy subidas de tono que fuesen, nunca perdió de vista que lo que presentaba al lector era un artículo, no una opinión. Porque, quisiera insistir, opiniones hay para dar y para vender. Los artículos, en cambio, deben escribirse, y no siempre apetece hacerlo (se lo certifica alguien que lleva treinta años escribiendo).

Segundo. Un artículo es un artefacto argumentativo, no demostrativo. Para contar esto necesité todo un ensayo (Comunicación y argumentación, 2003). Disculpen que no les haga un imposible resumen, pues. Sólo un apunte. En sí mismos, y en un contexto como el que comentamos, los porcentajes o frecuencias absolutas significan lo que nosotros queremos que signifiquen, incluso en temas que, insensatamente, calificamos de "obvios". En el seno de un sistema formal axiomático, las demostraciones son posibles (y necesarias). Empleando como vehículo el lenguaje natural pueden ser sólo una mera opinión apuntalada fraudulentamente con gráficas y numeritos. A los neolerrouxistas estudiados por el profesor Culla les encantaba salir a la tribuna del Parlamento con gráficos llamativos. La gente de corazón sencillo tiene la tendencia a creer en la magia demostrativa de esos papeles o de los artículos cargados de dígitos.

Tercero. Un artículo de opinión no es una prenda estrictamente literaria ni tampoco estrictamente informativa. Es algo híbrido, y quizá por eso suele ser algo incomprendido. En cualquier caso, no hablamos de cualquier cosa: la mayor parte de los 46 volúmenes del escritor más importante del siglo XX en lengua catalana, Josep Pla, son artículos de opinión, crónicas, etc. Imposible no reconocer el estilo de Pla. El estilo es la voz, y la voz es el estilo. Con Joan B. Culla me ocurría lo mismo: sus papeles eran perfectamente identificables desde la perspectiva del estilo. ¿Cómo podríamos caracterizarlo? Quizás como una muy equilibrada mezcla de erudición, vehemencia y una ironía que sólo muy raramente solía frotar el sarcasmo despiadado. Los artículos de Culla sonaban de una manera muy concreta, como su voz, y esto es importante.

Cuarto. Un artículo no debe adular a los lectores masticandoles las collonaditas mainstream de cada momento para convertirlas en pienso para bienpensantes. Esto significa no ceder ni un milímetro a la natural presión que ejerce el personal en un sentido o en otro. Llevar la contraria por sistema es la patología inversa, pero patología al fin y al cabo. Quienes no tienen nada sustancial que decir suelen vivir de esto. El articulismo de Culla fue, en ese sentido, ejemplar.

Quinto. El límite de la polémica es la elegancia, entendida aquí como distancia irónica. Sin ser un descreído o un cínico, este oficio reclama importantes dosis de escepticismo que resultan incompatibles con los dogmas doctrinales. Cabe decir que a muchos lectores esto les encanta; qué haremos (me remito al punto de antes). Una vez se pierde esta distancia se pueden cometer errores graves. Cuidado: distancia aquí no significa indiferencia, sino –es complicado definirlo– una especie de prudencia perimetral, un respeto hacia los límites que pueden llegar a transformar un artículo en un vulgar estirabo.

Que las vastitudes del sheol te sean leves, amigo. Descansa en paz.

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