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La serie documental biográfica se ha consolidado como el recurso de las grandes estrellas para hacer relucir su ego. El problema es cuando estas producciones desembocan en un tipo de hagiografía boba que, más que lograr la profundidad del personaje y mostrar la parte más desconocida, cae en una promoción simplista y redundante. Es un planteamiento absurdo porque quien disfruta más de estos documentales son los fans y la audiencia que ya tiene un bagaje sobre la trayectoria del personaje y que no necesita que le confirmen la grandeza del protagonista. Es precisamente esta grandeza la que les ha llevado a sentarse ante la pantalla y estar dispuestos a tragarse unas cuantas horas de homenaje. Hay que ofrecer algo más que compense la veneración o el simple respeto profesional. Hay que enseñar alguna faceta más que la de amigos y parientes sentados en una silla ante la cámara relatando batallitas. Uno de los últimos ejemplos de esta tendencia es Raphaelismo, la serie documental de cuatro capítulos sobre Raphael que acaba de estrenar Movistar+. Raphael mismo es el narrador y pone la voz en off en primera persona, con una entonación afectada que conecta mucho con su talante histriónico como artista pero que a la vez transmite una gran artificialidad, que destruye el espíritu de sinceridad y transparencia que se asocia al género documental. La serie tiene imágenes de archivo magníficas, es estilosa y austera a la hora de ficcionar y recrear algunos pasajes biográficos y en el primer episodio intenta hacer un esfuerzo para retratar paralelamente una época más allá de un personaje. Esta última finalidad, sin embargo, desaparece rápidamente en el segundo capítulo, que coincide con el estallido mundial de la fama de Raphael. El nivel de detalle biográfico se hace pesado y, si le sumamos la cursilería narrativa, la historia se convierte en soporífera. El más soportable de los cuatro episodios es el tercero, titulado Qué sabe nadie, jugando con el título de uno de sus grandes éxitos musicales, donde se hace gala de la libertad artística y personal de Raphael. Y es donde abordan los temas más tabú de su trayectoria: su amaneramiento y los rumores sobre su supuesta homosexualidad encubierta por un matrimonio de conveniencia, el alcoholismo y el hecho de ser un artista afín o beneficiado por el régimen de Franco. Por eso Movistar+ ha vendido la serie como la de un Raphael al desnudo. Pero es pura falacia, porque Raphael más que afrontarlo con claridad se acaba justificando ante el espectador y desmintiéndolo con unas negativas categóricas que no están a la altura del atrevimiento, la provocación y la independencia de la que siempre ha querido hacer gala. El último capítulo se vuelve incluso triste por la desesperación que demuestran por hacer creer al espectador que las posibilidades de evolución y modernidad de Raphael son ilimitadas y con proyección de futuro.

La fiebre de la autohomenaje ha convertido las series documentales biográficas en unas hagiografías ridículas que acaban delatando más sus debilidades que su grandeza.

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