Avances innegables hacia la igualdad

La aprobación, este martes, del proyecto de la nueva ley del aborto en el consejo de ministros, sumada a la validación en el Congreso, la semana pasada, de la ley del solo sí es sí, representa un adelanto significativo hacia la igualdad entre hombres y mujeres. Queda mucho por hacer, es evidente, y es previsible que con la oleada conservadora que recorre Europa más tarde o más temprano habrá que defender estas normas con uñas y dientes, pero son adelantos innegables.

Si una adolescente de 16 años puede decidir por sí misma si quiere seguir o no un tratamiento para el cáncer, por ejemplo, tiene que poder decidir si tiene un hijo o aborta. Esto solo se puede impedir desde el paternalismo y el machismo, o desde una carencia grave de conocimiento de la realidad y de las posibles consecuencias de la prohibición para muchas adolescentes. No olvidemos que la edad de consentimiento sexual, en España, son también los 16 años. La obligación de pasar tres días de reflexión sale del mismo paternalismo y el mismo machismo: no se exigen para ninguno otro tratamiento médico y, en ningún caso, a los hombres.

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Más allá del aborto, la ley aborda otros aspectos clave como la entrada de la educación sexual (y no solo reproductiva) en todas las etapas educativas. Es imprescindible para intentar que no sea solo la pornografía la que eduque a los más jóvenes. Ignorar este aspecto tan importante de la vida en sociedad es hacer como el avestruz: ante la realidad, esconder la cabeza bajo tierra. También afronta la violencia obstétrica –aunque sea sin denominarla– y establece que se tiene que pedir el consentimiento a una embarazada antes de hacerle ninguna intervención invasiva. Seguro que el proyecto es mejorable, y que sufrirá cambios en el proceso de tramitación, pero de entrada es un paso adelante relevante.

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La ley del solo sí es sí recoge las reivindicaciones feministas surgidas a raíz de la sentencia de la Manada para situar el consentimiento al centro de las relaciones sexuales. No tendría que hacer falta, porque las relaciones no tendrían que ser solo consentidas, sino deseadas; pero los datos de violencia sexual demuestran que, por desgracia, era necesaria. La norma elimina la diferencia entre abuso y agresión sexual: sin consentimiento, siempre será una agresión. Y evitará escenas dantescas de jueces y abogados poniendo en entredicho si una víctima dijo en voz suficientemente alta que no quería sexo o si se resistió de una manera lo suficientemente clara a una violación. También entra en un delito que parece en auge, el de las agresiones sexuales mediante la sumisión química y, entre otros muchos aspectos, incluye el acoso sexual en la calle en el Código Penal.

La legislación no es suficiente para cambiar la sociedad. De entrada hay que desplegar las normas y después hacerlas cumplir, formando adecuadamente a los que se tienen que encargar de ello. El machismo también se tiene que abordar en los cuerpos policiales y en la judicatura. Pero, más allá de las leyes, donde se tiene que continuar trabajando es en la educación y, sobre todo, en la conciencia de los que formamos parte de la sociedad.  

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