Contra el estado barbarie (o la esperanza siria)

Ilustración de la caricaurista siria Amany Alali.
15/12/2024
3 min

Hace cerca de una treintena de años se publicaba en Francia una recopilación de artículos del sociólogo Michel Seurat: Siria: el estado barbarie. El autor se refería al régimen de Hafiz el Asad ya la masacre de Hama, donde murieron alrededor de 15.000 personas en 1982. A Hafiz el Asad no le gustó cómo Michel Seurat retrataba los mecanismos de un sistema siniestro, así que dio órdenes. El sociólogo fue secuestrado por una milicia libanesa cercana a Hezbolá y, claro, al servicio de Siria. Los captores torturaron y dejaron morir a Seurat. Paradójicamente, la obra de Seurat y también su muerte –sus restos no se encontraron hasta el año 2005– son la mejor explicación de cómo ha funcionado el régimen sirio hasta la caída de Bashar el Asad. El joven de 34 años que en el 2000 tomaba el relevo de su padre se presentó a los sirios con una aureola de reformador que duró poco. Esa época suscitó la esperanza entre los opositores laicos y de todas las confesiones y recibió incluso un nombre: "La primavera de Damasco". El sueño se hacía visible en hechos extraordinarios hasta entonces: una amnistía parcial y el cierre (temporal) de la cárcel de Tadmur son dos ejemplos. Eran puras operaciones de maquillaje: pronto quedó patente que quien se atrevía a criticar al régimen era duramente castigado.

"¿Está muerto o todavía no?" Según algunos testigos, esta es la pregunta que hizo un policía del régimen al llegar a un hospital damasceno para recoger la denuncia del célebre caricaturista Alí Ferzat después de que fuera apaleado por miembros de las fuerzas de seguridad del régimen de Bashar el Asad. Después de atropellarlo, y en un gesto de perversa violencia poética, los agentes de la chibah le rompieron los dedos. Los lápices y manos del dibujante daban miedo al régimen sirio. Entonces corría en agosto del 2011 y Ali Ferzat denunciaba la brutalidad del régimen desde que estalló la "thaura(revolución), una palabra que suena dulce en árabe. Ferzat, que había fundado un semanario satírico en el 2001, fue el primer caricaturista que se atrevió a dibujar los rostros de los Asad. Vive desde ese episodio en Kuwait y continúa dibujante.

Fadwa Suleiman nació en Alepo, en la Siria que debía modernizarse con la llegada del "delfín" educado en Londres, Siria que apostaba por la libertad de expresión. Aquel perfume de democratización se había evaporado enseguida, pero reavivaba con la ola de revoluciones árabes que había empezado a Túnez. Suleimán era una actriz reconocida que dejó su carrera en Damasco para liderar las manifestaciones pacifistas contra el régimen en Homs. Se exilió en París en el 2012: debía huir como fuese porque la dictadura había puesto precio a su jefe de activista rebelde y al de los que le escondieran. 2017. Fadwa Suleiman, como otros muchos opositores, hablaba de "la revolución robada"

"El sirio comienza a perder la fe en aquellos valores de libertad, justicia y fraternidad que la humanidad ha enviado a lo largo de la historia. Resulta incomprensible el silencio ante los crímenes cometidos contra los sirios". Esto declaraba el novelista Mustafa Khalifa en el 2014, cuando el conflicto ya se había cobrado demasiadas vidas. La experiencia de Khalifa, autor de La cáscara (El caparazón), queda contada en su libro de forma magistralmente cruda. Tras seis años de estancia en Francia, donde obtuvo un diploma en estudios cinematográficos, el narrador decide regresar a su país. A su llegada al aeropuerto de Damasco es detenido por la policía política y conducido a un edificio siniestro del centro de la ciudad. Allí es apaleado antes de ser acusado de ser miembro del movimiento de los Hermanos Musulmanes. Unos días después se encuentra en la gigantesca y terrible cárcel del desierto, acompañado de más de diez mil detenidos. Empieza así su calvario, que durará trece años. Como él, miles de condenados sin juicio han habitado en las cárceles de Siria. Estos días las imágenes de rostros asustados por la luz natural no han dejado de circular por redes y medios.

"Soy Dima Azzedin, periodista siria. He vuelto a mi país, Siria, ya mi ciudad, Damasco, después de catorce años. Esta no es sólo mi historia, es la historia de todos los periodistas sirios fuera de Siria". Aquí la periodista se deshace en lágrimas. Es miércoles, día 11, y un grupo de rebeldes han quemado la tumba de Hafiz el Asad. A la salida de las cárceles, los familiares de desaparecidos hacen cola y esperan encontrar pistas de sus desaparecidos seres.

Como dijo muy acertadamente el dramaturgo sirio Saadallah Wanous, los sirios "están condenados a la esperanza".

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