Barcelona no puede renunciar a los grandes acontecimientos

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Públic joven al Primavera Sound

¿Puede Barcelona renunciar a los grandes acontecimientos? Una cosa es fiarlo todo a las grandes citas como motores de transformación y otra muy distinta es renunciar a ellas. El dinamismo de una gran ciudad es la suma de muchas iniciativas micro y algunas macro. Unas y otras son necesarias y complementarias. Hay que trabajar la base, el día a día, las transformaciones a menudo poco vistosas –urbanísticas, de gestión, de servicios, científicas...–, y al mismo tiempo hay que tirar desde arriba, con actuaciones emblemáticas, en todos los terrenos: el cultural y educativo, el deportivo y el económico. Por ejemplo, el Mobile World Congress, que ahora arranca una nueva edición, es un dinamizador esencial para la industria y la creatividad tecnológica catalana: el gobierno municipal colauista ha pasado en unos años de dudar de la cita a asumirla como un elemento clave. Ahora al Ayuntamiento le está costando asumir la carta de los Juegos de Invierno de 2030: al final, si siguen adelante, será más la sintonía con Sarajevo –que podría incorporarse como subsede– que la necesaria empatía con el resto del territorio lo que decante la balanza municipal.

El capítulo cultural es especialmente sensible. Es una lástima que la ciudad no haya sido lo suficientemente hábil para retener entero el Primavera Sound, un festival nacido aquí y que quería doblar su apuesta. A partir de ahora, se hará mitad en Barcelona y mitad en Madrid, donde le han puesto todas las facilidades. La capital española, gran chupadora de energías a golpe de talonario, mina así una vez más el terreno en la capital catalana. Ya pasó años atrás con la Primavera Fotográfica, que después de unos años de sólida trayectoria se dejó morir, lo que Madrid aprovechó para potenciar PhotoEspaña. El Hermitage tampoco ha cuajado: no era seguramente un proyecto lógico para Barcelona, pero el debate ha resultado pobre, maniqueo y decepcionante. En el lado bueno de la balanza está que, después de algunos titubeos, al final Barcelona sí acogerá en 2024 la Bienal de Arte Manifiesta.

En general, es como si se penalizara la ambición macro. Como si nos avergonzaran los grandes acontecimientos. Como si estuvieran en contra de la ciudad, de la potenciación de los proyectos de base. Como si fueran solo apuestas turísticas. Este planteamiento es absurdo. Las grandes movidas –congresos, festivales, Juegos, fórums–, si se plantean en conexión con la realidad de la ciudad, al servicio de sus necesidades de fondo, son fenómenos catalizadores de energías, de ilusión y de movilización de recursos. La huella histórica que dejaron la Exposición Universal de 1888, la Internacional de 1929 y los Juegos Olímpicos de 1992 ha sido decisiva. Ciertamente, no se puede decir lo mismo del Fórum de las Culturas de 2004, pero eso no quiere decir que a partir de ahora se tenga que renunciar a las grandes citas. Ninguna gran ciudad puede permitírselo. La París de Anne Hidalgo realizará los Juegos Olímpicos del 2024, que se presentan como abiertos, igualitarios y low cost. Barcelona debe seguir mirando al futuro sin renuncias estratégicas.

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