El papa León XIV en una oración en la plaza San Pedro de del Vaticano.
14/05/2025
Escriptor i professor a la Universitat Ramon Llull
3 min

Mañana, jueves 15 de mayo, se cumplirán 134 años de la publicación de la encíclica de León XIII Rerum novarum (Sobre las nuevas realidades). Sigue siendo la base de la doctrina social de la Iglesia católica y subraya la idea de dignidad de las personas y la necesidad de luchar contra la miseria y la pobreza que asediaba a la mayoría de los trabajadores de su tiempo. El objetivo del documento era superar tanto la depredación del capitalismo salvaje de su tiempo como la violencia que en ese momento se asociaba a los movimientos revolucionarios y, en especial, al anarquismo. Recordemos que estamos hablando de 1891; el episodio de la bomba del Liceu, por ejemplo, ocurrió en 1893. El mundo de León XIII es el del momento álgido del colonialismo y de la industrialización; el de León XIV, el de la globalización y la segunda revolución digital, la de la IA. Se trata de dos realidades comparables, sin duda, aunque hay que tener mucho cuidado a la hora de no esgrimir determinados anacronismos. Lo que ahora percibimos como un avance, o como un retroceso, fue leído en su tiempo a menudo de una manera muy diferente. En mi pequeña biblioteca hay una Histoire des Papes en cuatro volúmenes publicados en París en 1841. El autor es Amédée d'Hertault. Van precedidos por una larga introducción de 64 páginas de Pierre-Sébastien Laurentie (1793-1876) –de hecho, es un ensayo aparte–. Laurentie fue un escritor francés antimoderno, antiliberal y legitimista. Yo creo que es el pensador más reaccionario de su tiempo, y sin duda alguna el padre espiritual de Gobineau y de Joseph de Maistre, aunque también tuvo una influencia importante en Balzac, por ejemplo. Leyendo esta introducción se puede constatar que ciertas cosas que hoy nos llaman mucho la atención en aquel tiempo pasaban totalmente desapercibidas, y viceversa.

Las –digamos– guerras de León XIII no son equiparables a las de León XIV porque contienen elementos inéditos, sobre todo en relación con las llamadas guerras culturales. La mayoría de los pontífices han participado en confrontaciones teológicas, políticas (con relación a los reyes o emperadores hegemónicos a su tiempo) o incluso militares (el caso del papa Julio II a principios del siglo XVI es quizás el más extremo). En los siglos XIX y XX, la mayoría de papas también tuvieron que tomar partido en riñas genuinamente ideológicas. Pensemos en el papel crucial de Juan Pablo II en la caída del comunismo, por ejemplo. Benedicto XVI y Francisco, en cambio, fueron los primeros en encarar determinadas guerras culturales diferenciadas de las confrontaciones ideológicas tradicionales. En el caso de Benedicto XVI, destaca su combate contra el relativismo posmoderno; en el de Francisco, su actitud hacia los homosexuales, entre otras cosas. Los desacuerdos ideológicos, las guerras culturales, la inevitable participación en la política internacional y la necesidad de procurar consensos teológicos básicos en el seno del catolicismo son cuatro tipos de cuestiones, cuatro, que a pesar de estar a veces relacionadas tienen enfoques y características diferenciados. No saber distinguirlas va más allá del papado, sin embargo: Kamala Harris perdió las elecciones a la presidencia de Estados Unidos porque respondió a las guerras culturales de Trump con argumentos ideológicos. Por su parte, el presidente estadounidense ha tenido que recoger cable con la guerra de los aranceles por no saber distinguir entre la lógica de la política internacional y la lógica de los problemas internos de su país.

León XIV es una persona intelectualmente muy preparada y muestra, además, un talante equilibrado y sereno. Hay una presión para que exprese una especie de continuidad gestual absoluta con el pontificado de Francisco (pienso en el tema ultraanecdótico, pero magnificado mediáticamente, de los zapatos rojos). Esta presión puede condicionar e incluso distorsionar su proyecto. La afinidad con el legado del anterior papa es evidente, pero esto no significa que deba gestionarla sin diferenciar cuidadosamente los cuatro ámbitos que antes hemos detallado. En algunos ámbitos, seguramente los más importantes, puede estar muy de acuerdo, y en otros quizás no tanto (o nada). Me vienen a la cabeza declaraciones de Francisco en relación con la invasión de Ucrania que algunos sectores consideraron precipitadas, así como el tema de la elección de los obispos chinos y muchas otras cuestiones que a la fuerza irán evolucionando. Una cosa es asumir plenamente el legado teológico de Francisco expresado en sus encíclicas, y otra distinta entender la política internacional como una cuestión estática, por ejemplo. Las batallas papales tienen muchos frentes.

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