Los beneficios caídos del cielo, a punto de pasar a la historia

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Molins eólicos en una imagen de archivo

El precio de la energía, con subidas descontroladas, preocupa a los consumidores, a los empresarios y también a los políticos, que al final han decidido tomar medidas para hacer cambios que ayuden a racionalizar un mercado, el eléctrico, el funcionamiento del cual es obtuso, complicado y, como se ha visto, en buena parte injusto. El origen del problema es el sistema marginalista que establece que, en toda Europa, primero entran en el mercado aquellas tecnologías que no se pueden parar, como la nuclear, después las más económicas -como la hidráulica, la eólica y la fotovoltaica- y, finalmente, las más caras, que son las que necesitan gas o, también, carbón. El problema es que el precio final lo marca la última tecnología que entra en el mercado, que es el gas, y esto hace que toda la energía barata que se ha generado con el resto acabe costando igual que la más cara. Es lo que se conoce como beneficios caídos del cielo, que han enriquecido durante muchos meses, y años, a algunas grandes compañías y que ahora están en su punto de mira de los gobiernos de toda Europa, incluido el ejecutivo europeo. De hecho, el próximo viernes habrá una cumbre europea en la que se quiere poner en marcha una especie de revolución del mercado eléctrico. 

Es un hito importante porque hasta ahora Europa se había negado por completo a cambiar las normas de este mercado. Tanto es así que, cuando la factura eléctrica se disparaba en España y Portugal, costó mucho que se aceptara lo que ahora se conoce como excepción ibérica, que al menos permitía regular el precio del gas que se usa para generar electricidad para que no se encareciera tanto el precio conjunto.

Lo que ahora quiere regular Europa, sin embargo, no va por aquí, puesto que considera que esta opción, tal como ya se ha demostrado, lo que hace es incentivar todavía más el consumo del gas y no es una buena solución para la transición climática, que, como se ha visto con los episodios de calor de este verano, también es urgente. Y, además, la rebaja se hace también a expensas de los consumidores, puesto que el Estado tiene que compensar a las eléctricas la diferencia entre el tope y el precio real que han pagado. 

¿Entonces, qué quiere hacer Europa? Según lo que ha trascendido de momento, lo que se pretende es poner un tope al coste de las tecnologías más baratas. Es decir, separar el precio del gas del de las otras tecnologías. Sería un tope que tendría que ser suficientemente alto para que a las empresas de renovables les salga a cuenta y se favorezca la inversión del sector. Los beneficios caídos del cielo, pues, que ya han sido regulados vía impuestos en varios países, como por ejemplo España, dejarían de existir. 

Para poner esta medida sobre la mesa, ha hecho falta una fuerte crisis, motivada por la invasión rusa en Ucrania y el posterior chantaje que está haciendo el Kremlin con un corte del suministro del gas que intenta dividir y someter a los socios de la UE. A pesar de las reservas de gas que ya hay y la diversificación de proveedores, se espera un invierno duro en Europa en términos energéticos. Por eso también en el ámbito europeo habrá propuestas de reducción de energía y ayudas directas a los consumidores y las empresas -Alemania ya tiene previsto destinar unos 95.000 millones de euros- para evitar el colapso energético y una crisis social. En este contexto, querer mantener los beneficios caídos del cielo resultaba insultante.

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