Nos hemos mirado Berlín, la precuela de la serie La casa de papel, donde el personaje que adoptaba, en la serie original, ese nombre en clave, Berlín, es protagonista. (Y no se entiende demasiado que a la precuela ya le llamen así, a no ser que nos hayamos perdido cosas.) La trama cultiva este género de ladrones “de guante blanco”, donde hay diferentes personajes con diferentes y específicas habilidades . El hacker, el contorsionista, el cerebro, el que sabe abrir cajas fuertes... La trama ocurre en Francia, porque allí es donde deben robar las joyas de un banco.
Muchas series, o programas con testigos, cultivan lo que yo llamaría “cofoísmo patriótico”. Uno “nosotros somos así de bien paridos y nuestros defectos son cuquis y hacen gracia”. En Berlín esto ocurre con cierta y viciosa intensidad. Hay dos policías españolas, listísimas, divertidísimas, intuitivísimas, profesionalísimas, empoderadísimas, que van al país de los cruasanes a “ayudar” a la mujer policía francesa, que no deja de estar desconcertada por el “desparpajo” y “gracejo” español. Hay un momento, incluso, en el que una de ellas, admirada por la gran habilidad escapista de los ladrones, dice algo así como: “Son españoles, no hay duda”. Y no dice “Nosotros inventamos la picaresca” de milagro. No hace falta que les diga que en la capital gala todo el mundo habla español. Los guardias de tráfico, los secuestrados, esta mujer policía, una solitaria dama en un camping... porque habría tenido un cierto tufete colonial, si en lugar de ser francesa la mujer hubiera sido de alguna otra zona del planeta, como México o China o Pakistán o Canadá. Ningún guionista, claro, habría hecho que ambas mujeres policías, con esa personalidad, fueran hombres, porque todo el mundo, entonces, los habría tachado (despectivamente, ¿eh?) de “machos ibéricos”.-_BK_COD_