La imagen del barco gigante que ha bloqueado durante una semana el canal de Suez sirve para describir tantas situaciones que podría ser un cartel perpetuo para definir lo que vivimos, lo que hemos vivido y lo que viviremos. Siempre somos víctimas de un bloqueo u otro, externo o interno, y muchas veces del propio boicot que nos aplicamos a nosotros mismos. Esto vale para todo el mundo, no solo para los catalanes. Aunque parece que aquí tengamos una filia especial por las trabas es un tema, también, relacionado con la opresión. Pero obviando este hecho que no se puede obviar, hace un año que estamos especialmente encallados y parece que lo único que fluye sin problemas es la estupidez humana. De esto te puedes fiar eternamente. De la vacunación, no. Como si el único destino acertado que apareciera en las hojas del té o en las bolas de cristal fuera esta estulticia. Siempre dispuesta a hacer acto de presencia, siempre astutamente visible para tapar alguna rendija de inteligencia.
El canal de Suez ya está desbloqueado y otra vez las mercancías van arriba y abajo mientras el capitalismo hace números y calcula quién pagará este retraso. De momento, se duplicará el tránsito diario. No se puede perder el tiempo. El tiempo cotiza en la bolsa. En la vida solo va pasando. Ahora con la sensación de que es un poco más largo porque hemos movido las agujas del reloj. ¿Quién lleva reloj de agujas? Hay muchas cosas que hemos metido en un cajón y que no saldrán hasta que nos volvamos a decorar como hace veinte años. La moda fluye como un uniforme. La semana es menos santa sin procesiones. Para mí, mejor. Vamos a ver el mar, la montaña, el llano. Iría a buscar la vacuna rusa si me dejaran y de paso daría una vuelta por San Petersburgo para quitarme de encima un viaje pendiente. Trabajo hecho. Los pueblos llevan un año empadronando a gente nueva y las ciudades se aburren de sí mismas. Necesitamos movernos y lo que hacemos es estirar las piernas. No vamos arriba y abajo como los barcos por un canal, ni vamos a fiestas ilegales donde la policía revienta las puertas legalmente y cuando se equivoca de puerta la puerta queda reventada igualmente. No vamos mucho a ninguna parte. No fluimos. Cada vez hay menos posibilidades de descargar todos los contenedores que llevamos encima.
En Islandia un grupo de jóvenes juegan junto al volcán en erupción Fagradalsfjall. Hay idiomas que para personas de otros idiomas parecen inventados con alguien durmiéndose sobre el teclado. A veces solo se trata de hacer estas actividades absurdas para acumular anécdotas que no tienen mucho interés. Distracciones mientras el tiempo pasa. Incluso quien no tiene las necesidades más básicas cubiertas tiene un rato para sonreír. El canal de Suez a vista de dron es como un juguete por donde mover con la mano y cambiar de lugar los barcos y las nubes. Si todo fuera un juego sería muy largo. Se hace largo. Cada vez hay más personas que confunden las escaleras del metro con la entrada de un parking y encallan ahí el coche. O quizás no pasa tan a menudo y es solo que está más documentado. En las redes la vida de la gente da la sensación de que no para de fluir porque son capaces de no perderse ningún detalle a la vez que leen cinco libros a la semana, ven todos los programas que se tienen que ver en la tele y tratan de hacer con éxito dos nuevas recetas cada día. En las redes no hace falta que te encalles. Basta con bloquear. Con eliminar. Con no ser. Hay mucha gente que no tiene red y cuando cae solo se extiende ante ellos una pantalla gigante de soledad.
Nuestras vidas están llenas de barcos que bloquean el paso.
Natza Farré es periodista