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Carles Puigdemont, en Cerdeña, en un momento del nuevo episodio de su persecución por parte del Tribunal Supremo.

1. Victorias pírricas. Todos los episodios del Procés conducen al mismo momento: octubre del 2017. Estos días hemos visto el regreso de Puigdemont a primer plano. Esta vez en Alguer, el ex president ha podido exhibir un nuevo éxito europeo en el contencioso con el poder judicial español. El independentismo canta victoria. Desde Valencia, Pablo Casado no puede contener la rabia y se compromete a traer a Puigdemont aunque tenga que recorrer todos los países de Europa. Es decir, que si algún día es presidente del gobierno llegará allá donde los jueces fracasen: curiosa idea corporativa del Estado –propia de los regímenes autoritarios– que pone el ejecutivo al servicio del judicial y al revés.

Sobre el Procés, sus vidas, sus bloqueos, su futuro, se pueden decir e imaginar mil cosas. Y se entiende perfectamente que los pellizcos al poder judicial español que vienen de Europa sean pan de ángel para la decaída moral del independentismo. Pero todos sabemos que el recorrido es limitado y que Puigdemont y sus compañeros de exilio tienen un camino complicado delante. El día que los reciba Macron o Merkel (o su sucesor) las cosas se podrán ver de otro modo. Sobre la alta politización del poder judicial también se puede escribir mucha literatura, igual que sobre el juez Llarena, que confirma que el orgullo herido puede conducir a comportamientos masoquistas. Pero todo lo que está pasando viene de la combinación de dos cosas.

2. El pecado original. Por un lado, la estrategia del presidente Rajoy, construida a partir de la relación de amistad entre la ex ministra Sáenz de Santamaría y el juez Marchena, de resolver el conflicto por la vía judicial, como salida de un estrepitoso fracaso: la incapacidad para canalizarlo políticamente. Tuvo cinco años para hacerlo (2012-2017), asumió el discurso que decía que el Procés se disolvería solo y acabó transfiriendo la responsabilidad a los jueces, con las consecuencias por todos consabidas. La pieza clave de la operación fue el uso abusivo del delito de sedición, un artículo del Código Penal sospechoso de entrada, que es lo que realmente coloca a la justicia española en dificultades ante los tribunales europeos, por lo que tiene de limitación de las libertades políticas básicas. ¿Qué quiere decir levantarse “públicamente y tumultuariamente”?

El pecado original del lado independentista es no haber sabido pararse a tiempo. Estos días hemos oído decir que el error del 2017 fue no hacer efectiva la declaración de independencia. ¿Cómo puede ser un error no hacer lo que no es posible? Es imposible poner en marcha una nueva legalidad si no tienes una justicia, una fiscalidad, una policía que controle el país, un reconocimiento internacional. En resumen, si no tienes capacidad para imponerla. Consciente de esto, Puigdemont optó por marchar. El error no fue no hacer lo que era imposible. El error fue no pararse a tiempo y convocar elecciones para seguir acumulando capital electoral, que es la única fuerza de la que realmente se disponía, y evitar así la oleada represiva.

La combinación de estas dos opciones ha conducido al callejón sin salida actual. Y ha situado al independentismo en una fase melancólica, en la que vuelven las consignas mayúsculas, cuando el estancamiento es manifiesto. Es hora de escoger entre jugar las cartas políticas de las que se dispone o continuar enganchados a la repetición de las palabras mágicas que no hacen más que decolorarse a medida que la distancia entre la promesa y la realidad crece.

3. Política. ¿Qué quiere decir hacer política? Crear las condiciones para que pueda tomar cuerpo un diálogo que ayude a salir del callejón sin salida. Y que, en interés de las dos partes, se entienda que la vía judicial solo lleva a cronificar el problema. El primer paso es desjudicializar el conflicto. Una buena idea, que el gobierno español ha olvidado rápidamente, era la reforma del delito de sedición, que permitiría acelerar el final del despropósito judicial y acercar la amnistía. Solo con una mayoría parlamentaria como la actual se puede aspirar a un objetivo como este, que tendrá a la derecha y al orgullo herido de la justicia en contra. La buena política es aquella que amplía el espacio de lo que es posible aprovechando las rendijas que ofrece la realidad. El independentismo, sin una estrategia conjunta clara, tapa más rendijas de las que abre. Estamos en bucle.

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