Buen trabajo en Cultura

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La consejera de Cultura, Natàlia Garriga

Ahora que un presidente saliente se despide tratando de hacer valer su labor de gobierno (es lo que le toca hacer a Pere Aragonès) y que otro presidente a punto de ser investido anuncia un gobierno de perfil básicamente técnico (no se espera otra cosa de Salvador Illa), es un buen momento para decir que en el departamento de Cultura se ha hecho buen trabajo en los últimos años. La consellera Natàlia Garriga y su equipo casi han logrado el reto de trabajar con continuidad. La legislatura se interrumpió antes de tiempo, pero Garriga ha podido mantenerse en el cargo durante tres años (la precedían diez años durante los cuales había habido siete consejeros diferentes: una de las imágenes más contundentes del desaguisado de la política catalana durante los años que los que debían hacer la república tuvieron mayoría absoluta y la tutaron de mala manera), y es de justicia decir que estos tres años han sido bien aprovechados.

Si los últimos presupuestos de este mandato hubieran sido aprobados, Cultura no habría tenido todavía el célebre 2% que el sector reclama desde hace años, pero sí un 1,7%, que empieza a acercarse a él. Garriga ya había recibido la conselleria en un porcentaje del 1,1% de la consejera anterior, Àngels Ponsa, quien en su corto mandato de ocho meses (que coincidió, además, con la pandemia de cóvido) logró declarar la cultura bien esencial y aprobar el Plan de Museos. Con Garriga, el incremento presupuestario se ha mantenido ejercicio tras ejercicio, y como ella misma dice, "ha cogido inercia". Sería de explicación difícil, para el próximo Govern, que Cultura no llegara en la siguiente legislatura al 2% prometido y consensuado.

Un éxito de estos últimos tres años ha sido el Plan Nacional del Libro y la Lectura, mancomunado con el departamento de Educación, que debería convertirse en una política estable y prioritaria del Gobierno, sea cual sea su color político. Ligados con este Plan, deben seguir adelante la Casa de las Letras y el centro de cultura digital de la Foneria dels Canons, dos grandes equipamientos que ya han quedado licitados. Otra importante apuesta es la que se ha hecho por el sector audiovisual, reforzando la industria propia e impulsando el uso del catalán: la presencia de títulos disponibles en catalán en las plataformas de estríming se ha multiplicado, algo fácil de decir y difícil de conseguir. Entre los proyectos que quedan pendientes, pero ya hilvanados, que tienen peso específico y que deben llegar a buen puerto, está la ley de derechos culturales, que ha quedado en fase de anteproyecto, y la creación del Catalunya Media City, uno gran hub del audiovisual, el digital y el videojuego que está previsto que vaya al edificio de las turbinas de la vieja central térmica de Sant Adrià del Besòs: otro equipamiento que puede convertir a Barcelona, ​​y Catalunya, en un punto neurálgico de la producción y creación de contenidos culturales de la Europa del Sur. Todo esto es importante porque –como solía decir otro consejero del ramo, Joan Manuel Tresserras–, las políticas culturales son también políticas sociales.

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