Buenafuente y la televisión que se hace escuchar

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El lunes por la noche, en el Late motiv de Andreu Buenafuente en Movistar+, hicieron un duelo de imitadores. Recrearon el ambiente de un estudio de radio con la atmósfera clásica de unos tiempos pasados y lo aliñaron con las melodías cálidas, aterciopeladas y nocturnas del medio de los años cincuenta. El programa predisponía así al espectador a poner más la oreja que a estar pendiente de lo que veía. Casi te invitaban a cerrar los ojos. Andreu Buenafuente se sentó presidiendo la mesa y se erigió en el moderador de unos diálogos delirantes. A los lados tenía a Carlos Latre y Raúl Pérez, “los dos mejores imitadores del país”, dijo el presentador. Y empezó un festival de conversaciones cómicas primero entre Salvador Illa y Fernando Simón, después entre Luis del Olmo y Carlos Herrera a la que se añadió Javier Cárdenas para rematarlo. A continuación hicieron una tripleta simultánea de Ferran Adrià en un debate imposible del chef con él mismo y, finalmente, un cara a cara entre Antonio García Ferreras y Pedro Piqueras que culminó con una interpretación musical. Más allá del talento de los dos actores en las imitaciones, la gracia de ese ejercicio estaba, por un lado, en la buena sintonía entre los protagonistas, en la habilidad para construir un clima de trabajo, de divertimento y de espectáculo a la vez.

Al día siguiente, Raúl Pérez volvió a intervenir en el programa para hacer de clon del chef Dabiz Muñoz, que era entrevistado por Buenafuente. El personaje real y su imitación quedaron sentados de lado en el sofá del plató como ha pasado en otras ocasiones. Esta idea es habilidosa porque la aparición del clon provoca, de manera inmediata, consecuencias en el invitado, que siente que parte de su identidad ha quedado usurpada por el intruso idéntico. El protagonista pasa de la risa a la incomodidad hasta llegar a la aceptación final. Una manera fantástica de desnudar al entrevistado.

El mismo martes, otro colaborador del Late motiv también se hizo escuchar. Soltó un monólogo en el que explicaba una parte de su vida privada a través de la comedia. El humorista Pere Aznar se sentó junto a Buenafuente con la intención de explicarle su verano. Y lo que inicialmente parecían unas vacaciones dudosas visitando al dentista nos acabó helando la sonrisa. Aznar explicó su adicción a la bebida y cómo la muerte de un amigo le hizo sentir la necesidad de dejar de beber. Y anunciaba que llevaba sesenta y siete días sin probar el alcohol, especificando horas y minutos. No cayó en el drama a pesar de relatar algún detalle trágico, sino en el optimismo de comunicar que se sentía mejor. “Este verano he perdido catorce kilos, un amigo, dos dientes y he dejado de beber ”, resumió antes de despedirse. El humor como catalizador de las emociones, y el espectáculo del entretenimiento como parte del proceso rehabilitador.

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