Un día Vinícius debió de sentir que decían que los futbolistas deben hablar en el campo y desde entonces que se lo ha tomado literalmente. Para mí que el problema es ese. Su "soy muy bueno" del otro día es muy interesante. Bastante más interesante que el gesto de Ferran Torres de ponerse la mano la oreja después de marcarle un gol a un equipo de Tercera División. Qué angustia que dio. Pero vayamos al tema.
En cierta ocasión pregunté a Indurain si estaba pendiente de cuándo la tele le pinchaba cuando subía al Tourmalet, y me dijo que por más que se pasaba horas con una cámara haciéndole primeros planos en solitario en cada etapa, no hay nunca pensaba. Vinícius, en cambio, sí piensa en ello. Porque pertenece a una generación que siempre ha estado pendiente de una cámara y porque no le basta con comunicar con la calidad de su juego (Sergio Busquets) sino que ha incorporado que tan importante es el partido que se juega como el que partido que se narra.
Vinícius (a quien la prensa blanca llama “Vini” para dejarlo en dos sílabas simpáticas y fáciles de recordar, como Messi) es impaciente, como corresponde al estilo de vida que ahora se lleva. Porque Cristiano Ronaldo dijo que la gente le tenía envidia porque era "rico, guapo y buen jugador", pero lo dijo una vez terminado el partido. Vinícius no, seguro que le encantaría llevar un micro como los árbitros de fútbol americano y contarnos todas las jugadas. Y, por supuesto, le encantaría tener una cámara para sí mismo como Indurain. Si sigue así, lo conseguirá.
Vinícius encarna lo contrario del síndrome del impostor: qué autoestima, madre mía. De modo que cuando reciba las audiencias de la cantidad de artículos, como éste, dedicados a su autoelogio sonreirá satisfecho, y en el próximo partido dirá a los espectadores “ya os dije que soy muy bueno”.