Si queremos cabalgar un caballo muerto, estamos condenados al fracaso por mucho que nos empeñemos en cambiar de silla de montar, crear grupos de expertos que nos asesoren sobre cómo mejorar su eficiencia, organizar cursillos para los jinetes sobre constelaciones familiares o mindfulness, etc. Lo único sensato es cambiar de caballo, especialmente si a lo nuestro le mataron nuestras bajas expectativas. Pero lo más probable es que nuestros debates se centren en cómo proporcionar al caballo muerto herraduras más innovadoras.
Que debamos estar discutiendo sobre el porcentaje de alumnos que alcanzan las competencias escandalosamente básicas que les marcan sólo prueba que nos interesa muy poco el nivel efectivo de las competencias reales de nuestros alumnos (entendiendo por competencia el conocimiento movilizado). Los gestores educativos parecen más interesados en camuflar la mediocridad que en fomentar altas expectativas, por miedo a crear agravios comparativos. Están tomados de una ideología pedagógica que les hace creer que lo bonito e innovador es inevitablemente bueno, y que si se tienen buenas intenciones los hechos deben seguirnos mansamente y, si no, peor para ellos.
¿Podemos asegurar que la eficiencia de nuestros docentes, con la cantidad de cursillos, reformas y normativas que llevan encima, es hoy superior a la de hace 25 años? Más bien parece que las modas y la corrección política tienen mucho más peso en su formación que el conocimiento científico de su oficio.
No importa si disponemos de un número creciente de estudios que nos demuestran que la enseñanza explícita es la más eficiente y equitativa. Hace tiempo que decidimos que el profesor que necesitamos para encarar los retos del futuro debe ser acompañante de un alumno que construye autónomamente sus propios conocimientos. En modo alguno debe ser un profesor transmisor, porque todo lo que hay que saber ya está en internet.
La instrucción explícita es sencilla: el profesor que debe hacer comprensible un concepto nuevo lo descompone en sus elementos constituyentes para ofrecerles a los alumnos paso a paso, de lo conocido (los conocimientos previos) a lo desconocido (el nuevo), sopesando en cada paso la carga cognitiva adecuada para cada uno. Pero el mundo educativo es una reserva romántica llena de hechiceros muy bienintencionados seducidos por mitos populares sobre el aprendizaje fácil. En Cataluña todavía hay escuelas que creen que el aprendizaje de la lectoescritura es, como el del habla, un aprendizaje natural que el niño adquirirá por sí mismo tarde o temprano. Esto es, pura y simplemente, pensamiento mágico.
Otro ejemplo: en las escuelas está muy extendido el mito que asegura que cada alumno aprende de forma diferente y que, por tanto, es necesario prestar atención a su estilo específico de aprendizaje, pero los patrones cognitivos básicos son muy similares en todas las personas. Las similitudes en las formas de aprender son mucho mayores que las diferencias.
Hemos elevado a la categoría de dogma pedagógico la hipótesis de que la motivación es el motor del aprendizaje, obviando que no hay motivador mayor que el aprendizaje exitoso.
Lo que hoy parece profesional es la desconfianza en los conocimientos factuales y la confianza ingenua en las competencias generales (como si pudiera pensarse sobre información ausente), la sacralización de la espontaneidad y la denigración de la memoria (aunque saber es recordar a tiempo), la defensa del pensamiento crítico (ignorando el correcto uso de las conjunciones) y, sobre todo, de la conjunción. Los exámenes son rechazados con el angelical argumento de que ningún alumno es un número, pero este razonamiento no nos lo aplicamos cuando, para comprobar si tenemos fiebre, nos ponemos el termómetro. Los deberes son percibidos como trabajos forzados (pero los niños culturalmente ricos no paran de hacer deberes: les basta con asimilar el lenguaje familiar).
Todas estas son creencias que Rob Henderson calificó de "creencias de lujo", porque se pueden permitir los ricos (los ricos no necesitan cuadernos de ejercicios de verano porque estarán paseando por Nueva York o por Egipto), pero que tienen un precio muy alto para el chico que la única aventura tiene la única aventura que la única aventura de Ocata. El constructivismo, tal y como es practicado a menudo, es incompatible con la equidad. Pienso en los alumnos de 4º de ESO que practicaron el trabajo en equipo enfrentándose al reto de darle la vuelta a una sábana sin salirse.
Y no hemos hablado ni de la incontinencia emocional ni del empobrecimiento progresivo del lenguaje (que es nuestra cultura en acto).