Una de las escenas mas desgarradoras del libro de Vanessa Springora, El consentimiento, es el momento en que ella con 15 años, sin saber dónde acudir después de que el escritor Gabriel Metheff, 30 años mayor que ella, la hubiera estado sometiendo a presiones y chantajes sin tasa, llega entre lágrimas a casa del filósofo Cioran y es recibida por éste y su pareja. La adolescente les cuenta los altibajos de su relación, las dudas que la asaltan, las mentiras de éste. Y la única respuesta que recibe es una leve incredulidad y un consejo: que se someta dócilmente a la tiranía de una mente superior. ¿Si un par de intelectuales son capaces de actuar así, qué no hará el resto de la gente?
Cuando leí hace un año, en este mismo periódico, el reportaje sobre los hechos del Aula de Teatre de Lleida, una escuela de teatro para niños y adolescentes, algo familiar resonó en mí: los ecos de otras voces que, en otras circunstancias, habían sufrido las mismas presiones, los mismos chantajes más o menos sutiles, las mismas jugarretas, los mismos abusos. Albert Llimós y Núria Juanico hicieron un trabajo ejemplar, un completo y exhaustivo trabajo de campo sobre 20 años de abusos en una institución cuyo fin es proteger, cuidar y dar herramientas creativas a los estudiantes, para que conozcan y exploren el mundo del teatro. Pero el mundo del teatro poco o nada tiene que ver con los métodos de las clases para adolescentes de Antonio Gómez. Recuerdo leer los relatos de las mujeres que valerosamente se han atrevido a contar cómo eran las cosas durante mucho tiempo en el Aula y no salir de mi asombro ante la impunidad con que los tocamientos, los abusos sexuales, los abusos de poder, los juegos altamente sexualizados disfrazados de ejercicios para romper el hielo, las insinuaciones soeces, eran normalizados o ignorados por el mundo adulto que rodeaba a los alumnos.
Hay aún, a pesar de que pocos ponen en duda los hechos que denunciaron algunas alumnas, una especie de pacto de silencio alrededor de lo que pasaba allí. Se quiere silenciar a unas mujeres que lo único que quieren es que se reconozcan los hechos, que se sanee la institución y que ninguna chica mas tenga que pasar por lo que ellas pasaron. Algo teóricamente fácil. Teóricamente…. Cuando las nueve mujeres, protagonistas del artículo, denunciaron los hechos, éstos ya habían prescrito, por un leve margen. Haría falta que otras generaciones quisieran denunciarlos. Pero todos sabemos lo que conlleva denunciar. No estamos en una sociedad que quiera escuchar lo que pasa en el lado oscuro. Estamos en una sociedad donde se revictimiza a las víctimas, no dando crédito a su testimonio y culpándolas del comportamiento del otro: del que perpetra el delito. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de “claro, tú con quince años eras tremenda”? Nos cuesta horrores creer que personas a las que admiramos tienen comportamientos de mierda. Nos resulta imposible. Es mucho mas fácil mirar hacia otro lado. No dar crédito a lo que rompería el mito que nos hemos montado en la cabeza. Pero las heridas solo se curan si se cierran bien. Ojalá mas mujeres se atrevan a denunciar los hechos. Ojalá.
Cuando leí ese artículo, contacté con Albert y Núria y les expliqué lo que quería: hacer un documental sobre el caso, hablar con las chicas, preguntarles si querían dar sus testimonios ante una cámara y contar su historia, con su ayuda. Ellos me pusieron en contacto con ellas. Hablamos. Siempre puse por delante algo para mí fundamental que es el respeto. Respeto a sus palabras, a sus intenciones, a sus personas. Respeto a las niñas que fueron y a las mujeres que son ahora. Tenemos un título, El sostre groc, que es el título de uno de los textos que salió publicado en estas páginas, escrito por una de las víctimas, que resume muy bien la huella de la cicatriz que deja una experiencia de abuso. Estamos rodándolo ahora mismo, con Albert, Nuria y un equipo de mujeres que cree en su historia y que es consciente de la importancia de la palabra para exorcizar el pasado.
Ellas nos están dando su confianza. Espero que yo y todo mi equipo seamos dignas de ella.
Isabel Coixet es directora de cine