Las dos caras de la pandemia

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Una niña mirando por la ventana en una imagen de archivo

BarcelonaMás allá de la genética que heredamos de los padres, todo aquello que hacemos, sentimos y aprendemos durante el periodo de crecimiento define la estructura final de nuestro cerebro y nuestra personalidad. En las consultas de psiquiatría infantil y juvenil ya estamos atendiendo a muchos más pacientes que antes de la pandemia. Los niños y adolescentes con vulnerabilidad biológica, social o familiar han sido diana de este estrés en forma de dos años de pandemia.

Nuestras urgencias se llenan de chicas con autolesiones, como forma ineficaz de intentar autoregularse. También vemos más tentativas de suicidio en nuestras adolescentes cuando la desesperanza forma parte de la clínica depresiva. La situación de limitación física y social fue un motivo del incremento en el número y la gravedad de los trastornos de la conducta alimentaria.

Con el miedo de coger el virus, chicos y chicas con ansiedad no saben cómo volver a la vida anterior. A algunos les cuesta verse la cara sin mascarilla y no se la quieren quitar. Las redes sociales fueron ventanas en el mundo durante la pandemia, pero ahora crece mucho el número de chicos con adicciones comportamentales.

Niños que han pasado sus dos primeros años viendo solo la sonrisa de sus padres tendrán una manera diferente de descubrir el mundo y las emociones de los otros cuando todo el mundo muestre la cara. Algunos niños no entienden dónde están sus abuelos. Se marcharon sin despedida.

Como médico psiquiatra, tengo muy presente esta parte oscura de la pandemia y pienso que ojalá los adultos hayamos aprendido que hay una manera mejor de cuidar a nuestros niños y adolescentes, especialmente a los que son más vulnerables.

Jóvenes más resilientes

Pero no todo es negativo en este periodo de nuestra vida. Los de la generación de los años 70 y 80, que ahora somos padres, fuimos unos niños que crecimos con partidos políticos, que pudimos hablar y estudiar en catalán, unos adolescentes que se podían expresar sexualmente con pocos temores, que conocíamos el riesgo de las drogas y teníamos la libertad que no habían tenido nuestros padres, una libertad que para nosotros se mostraba infinita. Con nuestro esfuerzo llegaríamos donde quisiéramos. Como ya hablábamos inglés podíamos viajar sin límites, el mundo estaba hecho a nuestra medida, a punto para poder conquistarlo.

Nuestros hijos ahora ya saben que el mundo se puede reducir a su casa, que puede ser que un día no puedan salir a la calle. Saben que hay enemigos microscópicos que los pueden alejar por siempre jamás de las personas que quieren y que les pueden negar compartir los juegos o las salidas con los amigos y las deseadas fiestas de graduación o cumpleaños de la mayoría de edad.

A muchos niños y adolescentes este estrés en forma de dos años de pandemia les puede haber configurado aspectos positivos de su personalidad: saberse vulnerables, ser más sensibles a las dificultades de los otros o tener más resiliencia para aceptar las adversidades que inevitablemente les traerá la vida.

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