Pedro Sánchez durante un acto de la campaña para las europeas en Asturias.
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Pedro Sánchez parece utilizar con el PP la táctica de ciertas artes marciales (ya disculparán el símil Bruce Lee), en el que se trata de usar la fuerza del adversario a favor de uno mismo. El PP (de la mano de Ciutadans, primero, y ahora de Vox, pero al fin y al cabo por propia decisión) hace tiempo que empezó un viaje que le ha llevado cada vez más lejos, a un sitio muy extraño. Es un lugar que ya no se parece casi a la democracia parlamentaria, ni a la socialdemocracia, ni a la democracia cristiana, ni al consenso institucional, ni siquiera al patriotismo constitucional. Todo esto son etapas en la historia del PP que han quedado atrás, ya las que es difícil que pueda volver. Ahora, el partido de referencia del sistema político español vive en la posverdad, donde todo depende de la mentira del día y de los recursos que tengas para mantenerla: unos jueces parciales, unos periodistas venales. Es un planteamiento vistoso, pero también débil, de tan chapucero. Para defenderse, Sánchez le basta con hacer unas declaraciones por un medio inusual (una carta a la ciudadanía, por ejemplo) y él pasa a ser el centro de atención y –esencial en nuestros días– a adquirir la condición de víctima. Si el martes por la mañana todo el mundo hablaba de la citación a declarar ante el juez que ha recibido la mujer del presidente español, Begoña Gómez, por la tarde toda la atención ya se centraba en la carta de Pedro Sánchez: por tanto, ya había vuelto a ganar. El recurso a las cartas seguramente ya no da más de sí, pero concedía dos oportunidades que Sánchez ha sabido aprovechar: justo antes de las elecciones catalanas y antes de las europeas, como un medicamento prescrito a horas concretas.

Las dos misivas de Sánchez (aquí todo el mundo pone la broma o la ocurrencia que le viene a la cabeza sobre el género epistolar) contienen un mensaje esencial: a saber, que en España la justicia no es de fiar. Que existen jueces que judicializan la política, o que hacen lawfare o guerra sucia judicial, digamos cómo queramos. Cierto, y lamentable, que ha sido necesario que le atacaran a él en persona para que Pedro Sánchez y el PSOE reaccionaran a una situación que pone en evidencia la debilidad de la democracia española, cuando ya hacía muchos años que esta guerra sucia se había desatado con furia contra el independentismo catalán y contra el espacio político a la izquierda del PSOE. Ahora bien: aunque tarde y forzado por las circunstancias, es importante que un presidente de gobierno reconozca la evidencia y lo señale en público. Y que lo haga no una, sino dos veces. También sirve para aterrizar y despejar los discursos: la actuación política es extremadamente difícil cuando el principio de separación de poderes ha saltado por los aires. La confrontación política se produce ahora entre los que se encuentran cómodos en esta situación y los que la sufren y la denuncian. Y esa línea divisoria (roja, si quieren) necesita hacerse aún más explícita.

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