Los carteles de Maragall: abominable insensibilidad

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El alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, visita las obras de alcantarillado que se llevan a cabo en la construcción de la Vila Olímpica para los Juegos Olímpicos del 92.

Llevo semanas intentando consolarme, pero no es consuelo lo que quiero. Soy consciente de que vivimos en la era de la frivolidad y la desmesura. Escenificamos mucho, transformamos poco.

Nos avergüenza nuestra imperfección y, lejos de confesarla, llenamos nuestras carencias con palabras hinchadas y vacías. Hace tiempo que nuestra ágora pública es así. Íntimamente convencidos de que no estamos a la altura de la complejidad de nuestro mundo, aparecen comparativas con generaciones que lo estuvieron y establecemos injustas y pomposas comparativas.

Quizás haya un intento de frivolizar pasajes del pasado para que el presente se vuelva más grandioso. Quizás no hemos leído suficientemente bien ni contextualizado correctamente el legado de los que admiramos. Placeres sin conciencia, política sin principios, ciencia sin humanidad, educación sin las raíces conjuntas que nos cohesionan, confundir la firmeza y la crueldad.

Quizás un día las convenciones sociales cambiaron y yo hice ver que no lo sabía, quizás la integridad ya no se valora y la bondad es una deficiencia. Os hablo de unos ojos tristes, de una enfermedad que los toma, lo que hace que cada sonrisa sea diferente, cada mueca sea especial. Es la mirada de haberse quedado en ninguna parte. Una mirada que conocen a todos los que han visto evolucionar la enfermedad de Alzheimer en alguna persona querida. Les hablo de unos carteles que día sí y día también encontramos en los canales de información. El Alzheimer es la pérdida del yo y de la capacidad de ser y defenderse. Os hablo de personas despejadas a pequeños sorbos que con el paso de los años se desvanecen para convertirse en fotocopias de realidad, hechas pedazos que ya no es posible ordenar.

Todos los que hemos perdido seres queridos que un día fueron diagnosticados de esta enfermedad –aquel diagnóstico que supuso el levantamiento de la trampilla del sótano y el lento descenso a una selva brumosa intransitable–, vemos en la mirada perdida del enfermo fotografiado en el cartel la insensibilidad hacia todos nosotros, el desconocimiento de lo que significa que los pies ya no lleguen al fondo y la vida pierda los horizontes.

Quizás me dirijo a ti, a ti que también has visto marchar poco a poco a tus seres queridos, que lo sabes y me ayudarás a expresarlo mejor porque yo tengo una deformación profesional y hago esfuerzos para no escribir las palabras que usamos los científicos para explicar la evolución implacable de esa vida cenicienta, de un incendio devastador del cerebro que empezó hace años y no ha podido detener a nadie.

En el cartel está la mirada de todos los enfermos de esta maldita enfermedad, de todos. Y a todos ha herido con una sencilla maniobra de un programa de edición de su ordenador sin que la conciencia le detuviera la mano. Pero el enfermo que escogiste es Pasqual Maragall, el hombre que un día fue el alcalde más conocido y admirado del mundo y más tarde irreprochable presidente de la Generalitat de Cataluña, por lo que conserva el tratamiento de Molt Honorable. El hombre que cuando ya sabía que estaba enfermo creó una fundación para que investigaran causas y posibles tratamientos para los demás, reconociendo que para él llegarían tarde.

Ni siquiera quiero recriminarlo. Sólo quiero deciros que hay impostura cuando buscáis referencias en su trayectoria profesional y política, porque muy lejos de la ingenuidad y muy cerca de su mirada ancha y profunda del mundo, me gustaría recordaros a todos que siempre ha jugado a vivir sin las cartas marcadas.

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