Catalunya me pilla muy lejos

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El expresidente en el exilio, Carles Puigdemont, hablando con la vicepresidenta del gobierno español en funciones y líder de Sumar, Yolanda Díaz, en el Parlamento Europeo.

Lo recuerdan ¿verdad? Corría el año 2019 y el reportero Willy Veleta preguntaba al político madrileño que mejor habla catalán y que más ha admirado al independentismo, por la suerte de los diputados catalanes represaliados. Errejón respondía que, como madrileño, aquello le pillaba muy lejos. Hoy las cosas han cambiado mucho y Catalunya está más cerca que nunca. De hecho, Errejón prometió el otro día su cargo público como diputado por Madrid “per la fraternitat entre els pobles”. La plurinacionalidad ya no le pilla lejos al diputado de Más Madrid. Pero esta habilidad de Errejón para adaptarse a las circunstancias políticas no define un estilo personal; sería injusto decir eso. Por el contrario, define un estilo del progresismo español que, a día de hoy, es mayoritario. Y lo peor no es eso. Lo peor es que hay muchos cuadros políticos progresistas están convencidos de que la inteligencia y la habilidad políticas se definen por ese estilo y piensan que quien lo critica lo hace desde una suerte de moralismo arrogante y estéril. Desde esa perspectiva, la política sería, en muchas ocasiones, el arte del cinismo, el engaño y el transformismo. Los que no han leído a Maquiavelo creen que Maquiavelo escribió algo así. Ni de coña escribió eso Maquiavelo, pero leer cada vez está peor visto.

Hay también quien piensa que la política es ese conjunto de técnicas que permiten que el mismo Pedro Sánchez que prometía encarcelar a Carles Puigdemont, ponga hoy a trabajar a sus juristas para que armen los argumentos necesarios para defender la amnistía. Hay quien piensa que Yolanda Díaz, que no acostumbra a pisar charcos, acierta al no pisarlos y que su calculada ambigüedad sobre ciertos temas se corrige repitiendo muchas veces “soy muy clara”, como cuando Albert Rivera o Miguel Carmona repetían la palabra “propuesta” sin que se supiera muy bien qué proponían. Hoy la foto con Puigdemont suma; ayer no había que tocarle ni con un palo y ambas cosas responderían a la misma brillantez en el análisis político. Del mismo modo que era brillante distanciarse del feminismo más combativo cuando las derechas judiciales y mediáticas apretaban y había que hablar de amiguetes cuarentones que se sentían atacados por el Ministerio de igualdad, de "feminismo inclusivo” o se definía la violencia machista como “lacra”, fusilando el documento de argumentario de Gonzalez Pons. Eso era brillante entonces igual que es brillante ahora reclamar el “solo sí es sí” cuando la agresión sexual de Rubiales a Jennifer Hermoso forzó que cambiaran otra vez los marcos mediáticos y tocara otra vez ser feministas.

Hay quien cree que la política es eso y que la praxis política más eficaz es adaptarse siempre a las circunstancias y a los marcos mediáticos dominantes, porque la política es básicamente la habilidad de ganar sobre unas reglas dadas, como quien gana una partida de ajedrez. 

Los que hacen ese análisis no terminan de entender lo que está significando la negociación con Puigdemont y Junts y lo que pueden implicar la amnistía o la apertura del melón territorial si eso se entiende solo como la vía para sacar adelante una investidura. Ver así las cosas es no entender lo que es (y lo que ha sido históricamente) la derecha española. Y la derecha española no son ni Feijóo ni Abascal; estos dos son solo dos piezas que la derecha de verdad puede hacer caer cuando considere. Y si no que se lo pregunten a Pablo Casado.

Permítanme un consejo horrible. Hay un desagradable ejercicio que todo demócrata debiera hacer de vez en cuando: escuchar a Jiménez Losantos. Si resistimos la náusea a lo que este tipo es y dice y mantenemos una escucha distante emocionalmente, pero atenta, podemos reconocer en pocos minutos lo que es y lo que está dispuesta a hacer la derecha española, la de verdad, si sienten amenazada la unidad de España. Y frente a la derecha española (económica, judicial, mediática) el oportunismo disfrazado de inteligencia táctica puede hacer muy poco. 

La mayoría absoluta del PP y Vox se evitó fundamentalmente por el comportamiento electoral de catalanes y vascos, que tuvieron más cariño por la democracia que el resto de ciudadanos del Estado. Frente a esa realidad solo cabe un proyecto de reforma del Estado, no juegos de máscaras, oportunismos, transformismos y cinismos para sacar adelante la investidura y luego “ya veremos”. Tras el pacto del Majestic se decía que los seguidores del PP dejaron de corear “Pujol, enano, habla castellano” y lo sustituyeron por un “Pujol, guaperas, habla como quieras”. Pensar que lo de ahora tiene algo que ver con aquello es de una ingenuidad inmensa. Lo que está en juego ahora es la naturaleza del sistema político. La derecha lo sabe; ojalá el progresismo lo entienda también.

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