No quedamos satisfechos cuando, desde Cataluña, nos comparamos con otros lugares de Europa y del Estado mirando a la renta per cápita, la productividad, el fracaso escolar, o lo que logran nuestros alumnos en pruebas internacionales de nivel educativo.
En contraste, nos satisface comprobar, mirando a la dimensión y vitalidad del sector exportador o del ecosistema innovador, que una parte nada menor de la economía catalana es de un alto contenido tecnológico y de alta productividad, muy internacionalizada y generadora de puestos de trabajo con buenos sueldos.
La aparente paradoja tiene una explicación sencilla. Los indicadores económicos antes mencionados son medias sobre toda la economía, y es un hecho que en Cataluña también tenemos otra parte de la economía que es de productividad y salarios bajos. Y lo suficientemente grande, en el sentido de estar por encima de los patrones europeos, para empujar a las medias hacia abajo. Hoy esta parte la asociamos con la explosión del turismo y con un crecimiento demográfico en el que predominan los niveles educativos bajos.
Tenemos pues una economía que podríamos calificar de segmentada. Algo que nos inquieta porque una economía con mucha desigualdad será siempre problemática. Añada que el crecimiento del segmento de baja productividad es percibido como responsable de nuevas dificultades en el conjunto de la economía, como las de la vivienda.
Una vía para intentar mejorar la situación es contener, e incluso reducir drásticamente, el segmento de baja productividad. Contenerlo lo veo factible, con un esfuerzo persistente en el frente educativo y regulando condiciones de trabajo y salarios mínimos. Pero reducirlo será muy difícil y priorizarlo poco recomendable. Existen corrientes de fondo que se pueden canalizar pero no bloquear. El Mediterráneo atrae y Cataluña es parte de una UE con libertad de movimientos del trabajo. Podemos hacer que Catalunya sea menos atractiva, pero tendrá que ser con medidas –por ejemplo limitando la disponibilidad de vivienda– que también harán daño a los residentes.
Si como parece probable seguimos teniendo una economía segmentada, conviene seguir políticas que, por un lado, garanticen que la presencia del segmento de productividad baja no perjudique el dinamismo del de productividad alta, y mejor si lo ayuda. Y, por otra, deberemos hacer permeable el segmento de baja productividad.
El dinamismo del segmento de alta productividad es lo que Cataluña vitalmente necesita. Debe ser la primera prioridad. Pero no veo por qué, más allá de molestias con las que debería poder convivirse, la coexistencia de ambos segmentos debe perjudicar al de alta productividad. Más bien al contrario, veo algunos factores positivos. Uno importante es que da volumen a la economía catalana. Sin los turistas que recibimos, el aeropuerto de El Prat no tendría las conexiones internacionales que son vitales para el segmento de alta productividad. Y yendo más allá de la economía estricta, pero con mucha relevancia por ésta, piense también que si todavía estuviéramos en la Cataluña de los seis millones (1990), cuando representábamos el 15,2% de la población española –los ocho millones que acabamos de estrenar representamos el 16,4%– quizá ahora tendríamos a Vox en el gobierno. Catalunya sufre de ser demasiado mayor para hacer concebible un trato fiscal cuantitativamente equivalente al de Euskadi, ya la vez de no ser lo suficientemente grande para asegurar una voz lo suficientemente pesada en España. No somos Lombardía-Veneto, con el 25% de la población italiana. Creo que un volumen de población excesivo no es un problema principal nuestro. Una Catalunya de 9 millones tendría la densidad de Euskadi hoy. Sería asumible si el crecimiento fuese pausado y bien acompañado por políticas de vivienda y transporte.
Cuando hablo de hacer permeable el segmento de baja productividad, hablo de movilidad vertical. Si Cataluña mantiene o aumenta su población será por la inmigración. El problema de desigualdad que genera el segmento de baja productividad afecta especialmente a estos inmigrantes. Ahora bien, el serio problema no será el de unas primeras generaciones que han mejorado mucho su situación previa, y en las que esto puede dominar sobre el sentimiento de verse muy por debajo de la media. Pero sí puede serlo de las generaciones que siguen. El gran reto de la inmigración es que sus hijos tengan claras perspectivas de ascenso social. Idealmente, en todo momento los inmigrantes en el segmento de baja productividad deberían ser sólo de primera generación. Para ello necesitamos una economía dinámica y unas políticas adecuadas (incluidas las educativas y lingüísticas).