Cataluña, a partir de ahora

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Carles Puigdemont en rueda de prensa el día después de las elecciones.

La persona que presentó a Pere Aragonès en el Nueva Economía Fórum, deshaciéndose en elogios hacia el presidente, considera que la independencia es imposible. Ya sólo eso explicaría el 99% del estrepitoso descenso de ERC en estas elecciones; después del 2017 el relato ha cambiado tanto que ya no hay quien se reconozca en el espejo. Juntos, sin prometer ninguna unilateralidad inminente, ha podido garantizar una mayor solidez en las posiciones, por lo que la idea de la restitución de Puigdemont le ha hecho ganar votos. Y, sin embargo, el independentismo sigue perdido y en bajón en su conjunto, dibujando horizontes que no pueden ser inmediatos y con los partidos peleados entre ellos, por lo que sólo hace falta que un personaje aburrido como Salvador Illa se limite a hacer de buen chico desde el banquillo y esperar a su momento. Con la ayuda, a última hora, de la táctica emocional/sentimental de Pedro Sánchez. Y sin tener que prometer grandes hazañas, sino con un simple tono gerencial. Contra esta grisura insoportable, heredera (para más inri) de una entusiasta defensa del 155, ha perdido el independentismo. Sí: es necesaria una reflexión.

Cábalas sobre los próximos meses: Puigdemont ha planteado su disposición a ser investido, sin embargo, y tiene tanto derecho como tenía Collboni, con la única diferencia de que el planteamiento de Puigdemont no traiciona su palabra. Ésta es una posibilidad, disruptiva y digna, pero condicionada a la tentación que pueden tener los de Junqueras (¿los de Pedro Aragonés?) de seguir su pulsión hacia el tripartito de izquierdas y confiar en que alguien en estos mundos de Dios lo entienda. El problema de la fórmula, dejando de lado este pequeño detalle –que alguien lo entienda–, es que pocas cosas puede promover un gobierno tripartito que dependan de Madrid (somos una autonomía, recordémoslo) y que no requieran el visto bueno de Junts. Y aquí es donde entraría la tercera opción, que es un acuerdo entre socialistas, junteros y republicanos para conseguir reformas estructurales del Estado que le dirijan hacia una configuración plurinacional. Sería más coherente con la situación parlamentaria en Madrid, en todo caso, y no traicionaría (de momento) los acuerdos firmados en Bruselas. Sin embargo, como la coherencia no es en absoluto garantía de solidez o de viabilidad en política, y como incluso con mediadores internacionales de por medio España parece algo definitivamente irreformable, creo que lo más probable es que, poco a poco , y salvo sorpresas, el desenlace aboque a una repetición de elecciones.

El problema para el independentismo es que una repetición electoral sólo le puede convenir con un cambio radical en el mensaje y en la estrategia: dicho de otro modo, con una lista unitaria más allá de Junts y de ERC y de la CUP, verdaderamente amplia y renovadora. Una muestra de altísima coordinación del movimiento, que dejara meridianamente claro al electorado que se ha entendido el mensaje. Que, en efecto, a partir de ahora todo será distinto: cuando convenga, negociación dura y conjunta frente a Madrid (y frente a Ginebra) sin ninguna rebaja gratuita de planteamientos. Y, por otra parte, cuando convenga, segar cadenas. Si esto puede tener la forma de una lista creíble y actualizada, que no esté por hostias, la repetición electoral puede beneficiar al movimiento. Si debe ser, como ahora, una mala conclusión de la nefasta legislatura del 52%, no es necesario gastar energías.

Sobre el debate sociológico que se está produciendo en estos días: no, la nación catalana no desaparece. No, el independentismo no ha pasado a mejor vida y el 2017 no fue un canto del cisne colectivo. No hay, ni de lejos, un olvido general del conflicto pendiente. Maragall gobernó con un resultado similar, y el conflicto se incrementó con él. Simplemente, la actitud catalana puede ser más contundente o más conciliadora según el momento, según los interlocutores y sobre todo según las sumas. Pues bien: ahora mismo Salvador Illa no puede mover un dedo sin el independentismo, y Pedro Sánchez tampoco. Gestionar bien estos dos factores puede devolver el control del balón a medio plazo, si el independentismo sabe levantar la cabeza y hacerse respetar. No ha ganado, pero de él dependen la gobernabilidad de Catalunya y España. Por tanto, ahora puede empezar a plantear, si lo quiere, un pulso unitario y eficaz. Lo que está esperando el público, mucho más que victorias electorales o antes incluso que la independencia, son actos de dignidad. ¿De verdad que no están cansados ​​de perder? Porque ahora ya saben que nosotros sí, y mucho.

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