La utopía independentista parece haber sido superada, al menos como escenario real y posible a corto y medio plazo. Unas elecciones como las del domingo son el punto de llegada de procesos diversos y al mismo tiempo el inicio de dinámicas nuevas. Tal y como se esperaba, la victoria socialista ha sido clara y contundente, como nunca. Ciertamente, otra cosa es poder erigir un gobierno sobre tanta fragmentación y sobre la colaboración independentista. La derrota de Esquerra, muy por encima de lo previsible, ya ha hecho saltar a Aragonès y predispone poco al partido a colaborar y agarrarse a formulaciones transversales. Puede ser que quieran reponerse cogiéndose a la esperanza de volver a la autenticidad de siempre y abandonar cualquier posibilidad de realismo político. Se equivocarán. Han pagado nadar entre dos aguas y en la corriente independentista ya no hay caudal para tanta gente. Podrían optar por reponerse desde el eje de izquierdas, gobernando, y erigir un discurso catalanista creíble y plausible. La épica siempre tiene el problema de que, cuando la aguas, los adeptos te abandonan y te sitúan en la alevosía. De las emociones, en política, mejor hacer un uso moderado. Abusar siempre te acaba desbordando o creando desafectos.
El independentismo, una vez derrotado en las urnas, mira más que nunca hacia Madrid. Qué cosas. Puigdemont y sus medios afines todavía se aferran a una estrategia psicodélica, que es que Madrid haga abstener a Salvador Illa y se les dé la presidencia y el gobierno de la Generalitat. Pura fantasía. Ayer, cuando la victoria socialista era contundente, TV3 se aferraba a enseñar un mapa de Catalunya azul sólo con un pequeño contrapunto de cinturón rojo. Vivir en la inopia. Si el Proceso fracasó en el 2017, ayer lo hizo el independentismo, pese a la capacidad de resistencia de Junts, que, en estos momentos, es una amalgama bastante indescifrable deirredentismo puigdemontista con el antiguo alma convergente. Aquí todavía hay cuchillos afilados en la definición de una estrategia única que sea creíble. Todo parece pasar por superar la etapa Puigdemont, algo de luto y un regreso al catalanismo conservador de siempre. Puede que por el camino se les cueva el arroz. No hay sociovergencia posible hasta que finalice este proceso en Junts; entonces volvería la confrontación entre PSC y Convergència en el eje social. Sin embargo, no está claro que este espacio que era básicamente de cultura pujolista todavía exista. El Partido Popular gana en Sarrià-Sant Gervasi y se ha hecho con una notable parroquia de la burguesía y las clases medias catalanas. Un terreno en el que también juegan, y mucho, los de Vox. En las clases dominantes catalanas ya hace tiempo que no les representa un partido que se ha batasunizado y que ha retrasado fuertemente el país. De hecho, algunos de ellos se han ido con los patracoles a Madrid, Aragón o la Comunidad Valenciana.
El independentismo ha quedado desactivado electoralmente y desplazado a los márgenes del sistema político, en parte por una fragmentación incomprensible y poco práctica. Desde su momento álgido ha perdido a un millón de votantes, pero aún dispone de un 40%, y tiene la posibilidad de salir de la trinchera y ayudar a rehacer la unidad social y política de Catalunya, con el liderazgo y los puentes que ha construido y mantenido el PSC, amnistía incluida. ¿Lo hará alguno de estos partidos? Resulta poco probable, dada la naturaleza a actuar como el escorpión de la fábula de Isop. Repetir elecciones no es bueno para un país ya demasiado paralizado durante años, pero tampoco para partidos que como ERC podrían dejar bueyes y cencerros. La lógica de las segundas vueltas es reforzar a los partidos dominantes y la polarización política, además de cierta desafección. Aunque los resultados del domingo son bastante claros y contundentes, habrá que ver estos días cómo los digieren los partidos políticos. No es exactamente lo mismo.
Aparte del reparto de escaños, los resultados y las actitudes políticas del 12-M generan algunas preocupaciones adicionales. La primera es la tentación del bloqueo y la amenaza con dinamitar la estabilidad política española. Respondería a la lectura más irracional e irresponsable posible, que no es necesario descartar: “O yo o el caos”. Implicaría el regreso a la fantasía y convertir al país en ingobernable mientras se potencia una cultura de la exclusión. El factor Orriols, que es hijo suyo, ayudaría a ello. El segundo elemento estructural de preocupación, visto desde las izquierdas, es la derechización electoral de los votantes, pese a la victoria socialista. Juntos, PP, Vox y Aliança Catalana suman casi el 45% de los votantes. Un desplazamiento hacia un conservadurismo que se confunde con la extrema derecha. No es poco. La tercera preocupación, que habrá que analizar adecuadamente, es que el desencanto independentista ha llevado a las generaciones más jóvenes a politizarse –las que lo hacen– por la vía de la extrema derecha, con voto, pero también en las redes sociales. Los resultados en el Parlament dan lugar a la esperanza de una reconciliación política en Catalunya y la apertura de unos años de políticas de progreso, pero también hay preocupantes nubes de tormenta.