Víctimas. Una de las mentiras de la inmensa campaña de propaganda que se desplegó en Estados Unidos para justificar la invasión de Irak por parte de George Bush padre en 1991 explicaba que los soldados iraquíes habían entrado en un hospital kuwaití para llevarse las incubadoras y dejar morir a los bebés en el suelo. Lo explicaba el testimonio de una tal Nayirah, una adolescente que compareció ante el Congreso de Estados Unidos mientras la televisión lo retransmitía en directo en todo el país. Nayirah resultó ser la hija del embajador de Kuwait en EE.UU., muy preparada por una consultora de comunicación internacional. Pero antes de que se descubriese el montaje, ese testimonio amplificado ayudó a vender la necesidad de una intervención militar contra Sadam Husein. Esas mentiras llevaron a una guerra. La verdad, en cambio, no sirve hoy para detener otra.
Miles de niños han muerto en Gaza este último mes, según Naciones Unidas. El Hospital Al Shifa, el más grande de la Franja, se ha convertido “prácticamente en un cementerio”, según el testimonio de la Organización Mundial de la Salud. El centro quedó atrapado en plena línea de fuego, sin electricidad, agua ni comida. Ahogado por un asedio dentro del asedio que rodea la ciudad de Gaza. La Agencia de la ONU para los Refugiados advertía ayer de que deberá cerrar sus operaciones en la Franja en cuestión de horas si no le llega el combustible necesario para trabajar.
Connivencia. Emmanuel Macron declaraba el viernes en la BBC que no hay ninguna justificación ni legitimidad que ampare el ataque contra civiles. "No hay ninguna razón para que bebés, mujeres y ancianos mueran bombardeados y asesinados", decía el presidente francés. Después de un mes de guerra abierta, la realidad de una operación de represalia israelí, convertida en una orgía de impunidad absoluta, comienza a dejar las demandas en favor de unas “pausas humanitarias” completamente sobrepasadas por la realidad. El conflicto se alarga y Occidente se siente obligado a reubicarse, sobre todo cuando en la calle manifestaciones multitudinarias desafían el apoyo incondicional a la estrategia de Benjamin Netanyahu.
Pero, en medio de tanta devastación, la diplomacia europea ha quedado atrapada en las palabras. La línea divisoria entre los gobiernos de la UE se concentra en una ese. Berlín y buena parte de la diplomacia comunitaria más reacia a presionar a Netanyahu se ponen visiblemente nerviosos cada vez que el alto representante de la política exterior europea, Josep Borrell, reclama públicamente una “pausa” en la guerra sobre Gaza, en vez de hablar de "pausas humanitarias", como aprobaron los Veintisiete, porque creen que, dicho en singular, podría interpretarse como un "alto el fuego". Ante la magnitud de lo que ocurre sobre el terreno, la UE tiembla por los efectos políticos de una ese.
Derechos. El difícil consenso entre europeos solo es la manifestación de una falta de política clara y compartida sobre qué futuro se quiere para Israel y Palestina. De hecho, cuesta creer a estas alturas, después de descuartizar y aniquilar buena parte del territorio palestino, que la solución de los dos estados sea posible, pero la UE se aferra a ello por falta de alternativas. Como se aferran a un derecho internacional que solo reclaman a conveniencia, y que hoy están enterrando bajo las bombas de Gaza. La legitimidad del orden global está en cuestión porque aquellos que establecieron las normas las han erosionado, estrujado y transgredido según sus intereses. Basta con ir a buscar la larga lista de resoluciones aprobadas por Naciones Unidas que no se han aplicado.